—¿Cuándo empezó el acoso escolar?

—De bien pequeña. No sé con exactitud la edad, creo que en preescolar. Se alargó hasta la secundaria, cuando Tyler puso fin a esa era de abusos, para dar comienzo a una nueva, de la que sería protagonista. Fue culpa del colegio, de los profesores, de las madres de esos niños. Corrieron la voz. Se hablaba en todos lados, pero nadie hacía nada. Nadie nunca me creyó, pese a especular con mi vida. Incluso las mismas personas que hablaban de mí y de lo que sucedía en mi casa sonreían al monstruo de las pesadillas y aseguraban ser una de las mejores personas que se habían encontrado en la vida. He vivido en una constante contradicción, que ni yo lograba entender.

—Antes hemos hablado de la culpa, dime ¿Te sigues culpando a día de hoy?

—A la gente que quiero les digo que no.

—¿Y cuál es la verdad?

—Que lo hago. Cada día de mi vida.

—¿De qué?

—De cada decisión, de cada paso que di, de no huir, de no buscar ayuda, de quedarme a su lado cuando era él quien me hacía daño, de normalizar episodios de abuso, de... me culpo de cada golpe, a veces, creo que hasta me lo merezco. Que no era tan malo, que..., en realidad, había un motivo detrás. Me siento culpable de no haber podido hablar de todo esto que siento a lo largo de mi vida.

—Ni esa personita que tanto sufrió tuvo la culpa, ni tampoco la chica de diecinueve años que tengo sentada enfrente de mí. —No aguanto más, comienzo a llorar. Me ofrece pañuelos y acepto uno. Corto el recorrido de unas lágrimas y sale otra en su encuentro—. Es injusto, pero normal que cargues con ese sentimiento. Dentro del proceso, de tu situación, no es raro, no cuando has tenido la figura de la persona que debía protegerte, empujándote por la espalda hacia el caos, siendo él y todas esas personas cómplices quienes lo causaban, aunque luego a ti te hicieran creer lo contrario.

La sesión continúa y termino sonriendo. No sé qué es lo último que hemos hablado, ni por qué me ha hecho sentirme bien, pero noto en mi interior una liberación que pocas veces he sentido, como cuando te manchas las manos de tinta de bolígrafo y las metes bajo el grifo del agua caliente, lo que ocasiona que desaparezca cayendo por el desagüe.

En la puerta del edificio en el que mi psicóloga pasa consulta, Dylan me espera con el coche en marcha. Él pita con el claxon y yo le saludo agitando la mano. Agarro mi bolso y corro hasta él. Abro la puerta y ocupo el asiento del copiloto. Detrás de nosotros hay una larga hilera de coches que esperan que arranque para seguir con su recorrido.

Con el cinturón de seguridad abrochado, aprovecho el primer semáforo en rojo para darle un beso.

—¿Tienes las entradas?

—Sí —responde, sonriente.

—¿Mi maleta?

—Sí.

—¿La tuya?

—Morena ¿Puedes dejar de hacer tantas preguntas y disfrutar?

—Nunca lo he hecho.

—¿El qué?

—Eso. Disfrutar sin preocupaciones.

—¿Te sientes preparada para hacerlo por primera vez?

—¿Tú me ves preparada? —le pregunto, insegura.

—¿Mi respuesta conseguirá que te lo creas aunque sea un poquito más?

Yo asiento con la cabeza.

—Entonces sí, morena. Te veo preparada —ironiza, sacando la lengua. Le tiro un regaliz a la cara que coge al vuelo. Comienza a masticar y con la boca llena añade—: ¿Alguna vez te has parado a pensar en lo pequeños que somos? Cada vez que iba en coche con mis padres de vacaciones, me ponía los auriculares y me sumergía en un mundo de ilusiones y paralelismos. Los seres humanos nos creemos el puto centro del universo, pensamos que lo tenemos todo controlado, que, con una palabra conseguiremos arreglar un corazón roto, el cambio climático o un suspenso en un examen. Pero la vida no funciona así. Y cuando te das cuenta de que todo ha avanzado, menos nosotros, empiezas a replantearte si, en vez de ser la especie más inteligente, somos la más ilusa.

Mientras Dylan reflexiona en voz alta, yo le escucho atentamente.

De fondo suenan los discos de Harry en bucle y yo tarareo en voz baja, para no opacar el ronco sonido de su voz. No desconecto del mundo en el que sus palabras consiguen hacerme sumergir hasta que mi móvil comienza a vibrar de forma insistente en el bolsillo de mi pantalón.

Lo saco y lo enciendo. Tengo unos cuantos mensajes multimedia.

Al abrirlos, mi corazón se paraliza. Mi mano se aferra con fuerza al asiento del coche para así no clavar las uñas en las palmas de mis manos, mi respiración se vuelve entrecortada, rápida y dolorosa y las lágrimas brotan de mis ojos, pero las hago desaparecer rápidamente pasando el canto de mi mano por la parte inferior del lagrimal.

Después de leer el mensaje de texto que acompaña las fotos, ladeo la cabeza para mirar por la ventanilla y apago el móvil.

—¿Pasa algo?

—No —me limito a decir.

Cierro los ojos con fuerza como si eso fuera suficiente para hacer que esas fotos desaparezcan de mi cabeza, pero no puedo. Es imposible. De un momento a otro siento la piel áspera, rugosa. Si deslizo los dedos por mis mejillas estoy segura de que tendré sangre, aunque para el resto del mundo sólo haya un rostro limpio. Vuelvo a cerrar los ojos otra vez. No quiero llorar. No puedo hacerlo, no si no quiero contarle a Dylan el motivo de mis lágrimas.

Dylan no merece tener a Serena como madre.

Serena no merece tener a Dylan como hijo.

Y yo no merezco vivir a merced del monstruo de las pesadillas toda la puta vida.

¿Cómo ha conseguido las fotos del archivo judicial? No puedo permitir que las fotos de mis agresiones den la vuelta al mundo. Está en juego mi carrera profesional, mi sueño. Mis libros. Mi familia. Mi madre. Mi cuerpo. La parte de mí más vulnerable que existe. ¿Cómo caminaré por el centro de la ciudad más grande del mundo si esas fotos ven la luz? Él seguirá su vida como si nada. El monstruo de las pesadillas disfrutará de sus minutos de gloria, pues nadie conocerá su nombre. El nombre, los golpes y la cara de su víctima recorrerá internet, pero él saldrá ileso de nuevo.

¿Cómo se atreve a amenazar con revelar mi cara más amarga al mundo si no consigo que Dylan decida volar a Nueva York?

Ladeo la cabeza para observar mientras conduce y suspiro.

¿Por qué una madre va a querer separar a su hijo de la persona que quiere? ¿Debería decirle lo que está ocurriendo? ¿Quizás no le convenga? ¿Puede que tenga razón?

Lo mejor será que guarde silencio.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now