💫 CAPITULO 8 💫

Începe de la început
                                    

El día diez, Gulf pasó toda la mañana hecho una bola sobre el sofá. Sus ojos muy abiertos miraban al frente y sin decir una palabra.

El día once, permaneció en el sofá, y cuando Mew se movió para tocarlo, Gulf realmente lo atacó. Mew atrapó el puño con el suyo y lo sujetó mientras que Gulf pateaba, gritaba y lo llamaba por nombres horribles.

—¡Te odio! —Gritó —. ¡Te odio!

Mew se alejó a trompicones de un Gulf que no reconocía y salió hacia las gélidas calles de Nueva York. No estaba seguro de cuánto tiempo caminó, pero sabía que era bueno que Gulf tuviera tiempo a solas y considerara el regalo que había recibido. Porque eso es lo que Mew hacía, ¿no? Dar regalos.

Regresó a casa a una vista horrible.

Isabel.

Daniel.

Frances.

Abigail.

Mark.

Isabel.

Daniel.

Frances.

Abigail.

Mark.

Isabel.

Daniel.

Frances.

Abigail.

Mark.

Gulf había escrito los nombres de los hijos de Mew con rotulador permanente en todas las superficies del apartamento. Cada pared sangraba con letras que desgarraban el corazón de Mew. En el vestíbulo, pisó los recuerdos de los muertos y la mesa de la cocina se había convertido en un mural para su vergüenza.

"Blackbird" de los Beatles sonaba en el tocadiscos, el probable homónimo del tatuaje de Gulf, aunque Gulf nunca sería libre. Estaba sentado en el sofá y no miró hacia arriba cuando Mew ingresó a la habitación. —Ahora soy uno de ellos —Dijo —. Un fantasma que va a perseguirte.

—Gulf... —Se acercó, pero Gulf levantó la mano, una orden silenciosa para que se detuviera.

—No te acerques a mí. Nunca volverás a tocarme. Ese será tu castigo por dejarme aquí —Envolvió un brazo alrededor de sí mismo y extendió el otro, el que estaba cubierto de brazaletes, esos regalos de una juventud rota —. Iba a dejarte. Me corté las muñecas tan profundamente hasta que se vieron los huesos.

Solo entonces, Mew vio el cuchillo de cocina encima de la mesa del café.

—Pero tenías razón —dijo Gulf —. Ni siquiera puedo suicidarme aquí dentro, ¿ves? —Agarró el cuchillo y, sin dudarlo, se apuñaló su muñeca. Sacó el filo hacia atrás, hacia sí mismo, abriendo una caverna de carne en el interior de su antebrazo. Gulf soltó un grito mientras lo hacía.

Mew se tambaleó hacia adelante para detenerlo —cubrir su boca, quitarle el cuchillo, sujetarlo—, pero Gulf se paró y extendió la punta afilada hacia Mew.

—Déjame ir. Déjame morir. ¡Quiero morirme! —Gulf gritó incluso mientras su muñeca destrozada sanaba sin que se derramara una gota de sangre.

Todo el aire salió de los pulmones de Mew. Tuvo que agarrarse a la mesa de la cocina para no caerse. Egoísta. Siempre había sido un egoísta. Eso fue lo que vino a él, ¿no? Esa Nochebuena, hacía tantos años, había querido evitar sus deudas, así que bebió y jodió hasta perder el conocimiento sin preocuparse por la seguridad de sus hijos. No hubo regalos para ellos, solo muerte. Desde entonces había cosechado los frutos podridos de su propio egoísmo, dando y dando, año tras año, a los niños que seguían con vida, pero nunca a los suyos.

MIENTRAS DUERMES - MEWGULFUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum