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Mientras caminaba por la aldea, con la mirada clavada en el largo itinerario de la semana que preparó la noche anterior, Brianna se preguntó por qué había elegido ser ordenada si de todos modos el tiempo no le rendía.
O tal vez el tiempo no tenía nada que ver, sino el hecho de que, a pesar de llevar dos semanas en el pueblo, no conocía de memoria dónde estaba qué lugar. Aunque había traído varias cajas con comida del camper, que a ella fácilmente le durarían uno o dos meses más, Jonathan probó ser un roedor que se echaba cualquier cosa a la boca. Si esperaba un día más, tendrían que someterse a una hambruna. Quizá por eso estableció como prioridad reabastecer la alacena.
Si tan solo supiera dónde encontrar el supermercado...
Se dirigió de inmediato a la cafetería de Prim.
―Hay un ALDI a media hora de aquí ―le respondió mientras empacaba un emparedado de casi noventa pisos, o eso parecía de tan abultado que lo había hecho―. Déjame adivinar: Jonathan se gastó la comida. ―Le regaló una sonrisa burlona antes de agarrar el cuchillo y partir el emparedado por la mitad.
―Estoy convencida de que le sacaron el estómago y le implantaron un agujero negro.
Prim se echó a reír.
―Es bastante acertado. Bueno, el ALDI... Si te diriges a...
―No importa, no tengo auto, así que no podré llegar hasta allá. ―Brianna, que se había apoyado del mostrador con los brazos cruzados, se apartó y vio a Prim ir de aquí para allá mientras completaba las órdenes de los clientes―. ¿Necesitas ayuda?
―Ya tengo un ayudante.
―Supongo que ese soy yo ―anunció una voz junto a Brianna.
Un hombre alto y de espalda ancha, que vestía una sudadera casi tan ajustada como sus pantalones de mezclilla, dejó la bandeja de metal vacía en el mostrador y le sonrió.
―No he tenido la oportunidad de presentarlos. Él es Jeremy. ―Prim guardó el emparedado en una bolsa de papel―. Mi esposo.
