Uno.

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Acababa de lograr ingresar a Criminalística cuando el destino decidió hacerme una prueba.

Un hombre de unos veinte y pico de años acababa de llegar a la sede, asegurando que tenía una historia que contar a las autoridades, pero que solo lo haría con alguien de su edad. La guardia a la que se había dirigido en la entrada pensó que era una broma, y se levantó de su escritorio dispuesta a correrlo. Se calló cuando notó que, de la cintura para abajo, el tipo estaba lleno de sangre.

Según lo que me dijeron de camino aquí, la mujer lo llevó de inmediato hacia el jefe, quien a su vez lo mandó a la sala de interrogatorio y nos llamó a casi todos. Y así fue como terminé tras el vidrio de ese mismo lugar, viendo como uno de mis nuevos compañeros -justo el que era mejor sacándole información a los sospechosos- le hablaba con una mirada casi psicópata al hombre lleno de sangre, sintiéndose en el fondo frustrado por tanta humillación junta; años construyendo una reputación impecable y un joven no quería hablarle solo porque tenía treinta. Si no hubiera sabido que en cuanto él se rindiera yo tendría que entrar, tal vez hubiera sonreído ante su ego machacado.

Cualquier rastro de tranquilidad que podría tener en mi cuerpo desapareció en cuanto vi a mi colega salir de la sala de interrogatorio. Varios habían intentado sacarle la codiciada historia, pero él solo miraba a la mesa ignorándolos; parecía estar en otro mundo, alejado de esta central y de todos estos imbéciles. Puede que sea por eso que me sorprendió que, apenas pasé el marco de la puerta, levantó el rostro y me miró. No, no puedo decir a donde miraba. Sus ojos eran tan oscuros que parecían dos cuencas en la esclerótica, impidiéndome ver en donde se posaban sus iris.

Intenté concentrarme en que era el último recurso de mi equipo, y en que si en verdad él quería hablar con alguien de su edad yo era el único con veintitrés años allí. Luego me daría cuenta de que yo debí haber entrado de primero, pero que me dejaron al final para ganar más tiempo. Ah, y también pensé que ese podía ser un buen comienzo.

-Dijiste qué querías hablar con alguien de tu edad. Bueno, aquí estoy. Habla. -a mis oídos sonaba seguro, mas no intimidante. No quería que me viera como el enemigo. También me daría cuenta luego de que eso es fue una estupidez.

Me senté en la silla, quedando cara a cara. Los dos implacables ojos seguían en mí, pero al mismo tiempo no.

-¿Sabes? Ella era muy hermosa. -casi oí como todos mis compañeros se acercaban al vidrio. Eran las primeras cinco palabras que decía desde que habló con la mujer-. Demasiado para mi gusto.

>>Quizás por eso las maté.

Muere, Blanca.Where stories live. Discover now