Capítulo 1

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Había sido un día bastante nublado y neblinoso como cualquier otro en Riveria, un pequeño pueblo pesquero, localizado a la orilla de la laguna de Tamianahua que estaba separada del Golfo de México por una extensa barrera de arena.

Riveria era un lugar bastante tranquilo a pesar de ser un sitio turístico, donde su principal atractivo era la zona restaurantera, que se ubicaba a las orillas de la laguna.

Aquel día por la tarde, Julieta y su padre se encontraban camino a casa de sus abuelos, quienes vivían en aquel poblado costero. La joven cursaría su último año de preparatoria en Riveria, dónde volvería a ver a sus antiguos compañeros de primaria. Debido a ello, se mudaría temporalmente con sus abuelos.

Julieta era una bella adolescente de 17 años. Su tez morena contrastaba con el blanco de sus dientes cuando sonreía. Sus grandes ojos color chocolate transmitían calidez e inteligencia.
Su cabello negro como el ébano caía en una larga melena lisa y brillante que enmarcaba su rostro.

Pese a su figura un tanto regordeta y pequeña, irradiaba una fuerza interior que desarmaba a quienes la conocían. Poseía una risa contagiosa y una mirada pícara que evidenciaba su espíritu libre y aventurero.

Aunque había vivido gran parte de su vida en la ciudad, su alma permanecía anclada a los paisajes costeros y boscosos que la vieron nacer. Amaba pasar tiempo al aire libre, ir a la playa o ayudar a su familia en el restaurante.

Julieta estaba emocionada por pasar más tiempo cerca de la naturaleza y de sus abuelos.
Confíaba en que el calor de sus familiares y el ritmo tranquilo del pueblo la harían sentir en casa rápidamente mientras terminaba esta etapa escolar.

Ella soñaba con asistir a la universidad para estudiar turismo y promover su amado pueblo natal. Aunque extrañaría a sus amigas de la ciudad, ansiaba poder disfrutar este último año de preparatoria en Riveria antes de enfrentar nuevos retos...

─Me muero por probar las empanadas de pescado que hace la abuela ─expresó la joven, quien a pesar de que tecleaba un mensaje en su teléfono a su madre, se mantenía atenta a las conversaciones que ocasionalmente su padre le hacía durante el trayecto.

─Mamá siempre ha tenido un buen sazón, por eso su restaurante se ha mantenido abierto desde hace años ─dijo Samuel, su padre con una sonrisa.

La carretera apenas era visible en ese momento y conforme pasaban los minutos, la escasa luz solar era cada vez menor.

A ambos lados de la carretera se extendían densos bosques de tupido follaje, dominados por longevos árboles que parecían guardianes protectores.

Entre la espesa vegetación anidaban numerosas aves acuáticas que volaban en bandadas. Sus graznidos se mezclaban con el canto de grillos y ranas ocultos entre la maleza.

Más allá de los bosques, se divisaba la extensa laguna de aguas cristalinas que reflejaban los tenues tonos anaranjados del ocaso. Pequeñas embarcaciones de pescadores navegaban de regreso a la orilla.

La brisa húmeda que soplaba desde la laguna traía consigo el aroma salobre de los recursos marinos. También podía percibirse el olor a tierra mojada y vegetación en descomposición. 

Al otro lado de la laguna, la maleza y los manglares cedían el paso a una amplia planicie de dunas blancuzcas que se prolongaba varios kilómetros hasta la orilla del mar. Sólo se oían las olas rompiendo suavemente en la lejanía.

Todo transmitía un profundo silencio sólo interrumpido por el motor del automóvil y los sonidos de la naturaleza crepuscular.

Julieta había divisado los primeros focos de luz del pueblo a lo lejos y esto la había llenado de emoción.

─Falta poco papá ─dijo alentando al cansado conductor. Su padre en respuesta volteó a mirarla con una sonrisa y justo en ese preciso instante algo entre la niebla surgió de la nada cruzando la carretera. ─¡Cuidado con el perro! ─gritó Julieta asustada. Samuel frenó de golpe para no atropellarlo, pero sus intentos habían sido en vano pues aquel animal de oscuro pelaje y ojos dorados ahora yacía sobre el asfalto.

Ambos bajaron apresurados del auto y Julieta tan pronto se aproximó al animal pegó un salto al ver que se trataba de una extraña especie de lobo híbrido y no de un perro normal.

Padre e hija intentaron socorrerlo sin éxito, pues el animal les gruñía por instinto haciéndolos alejarse.

─Quizá deba llamar a tu abuelo para ver qué podemos hacer ─expresó Samuel preocupado, pero sus intentos de contactar a su padre eran en vano, ya que en aquel tramo carretero no había señal.

Ignorando lo que decía su padre, Julieta intentaba calmar al lobo a su manera, hablándole suave, mientras se acercaba y extendía su mano para acariciar su pelaje negro. Le decía que solo querían ayudarlo antes de que muriera desangrado.

El lobo se había quedado quieto, mirándolos fijamente con sus ojos dorados, especialmente a la joven, quien por alguna razón le había resultado agradable y más porque desprendía un intenso aroma que lo hizo sentir revitalizado. Luego, de forma inexplicable, el animal se puso de pie y se dio la vuelta, huyendo hacia el bosque.

─Qué raro, parecía herido antes de que lo atropellara ─dijo el padre de Julieta recuperándose del susto─. Será mejor que nos apresuremos antes de que anochezca del todo.

Su hija asintió y ambos volvieron al auto.

Pocos minutos después llegaron a Riveria y Julieta no pudo dejar de pensar en ese lobo misterioso. Algo en su mirada le había resultado extrañamente... ¿humano?

Sounds of the WoodsWhere stories live. Discover now