— Oye, creí que habíamos pasado esa etapa —. Volteó al frente, viendo el paisaje igual que yo.

No respondí, en cambio suspiré, antes de decir:

— No me cansaría de esto. De levantarme temprano cada día para observar la mañana, tranquila... Y el olor a tierra húmeda -. Giré mi rostro solo un poco, para obsérvalo a él — ¿Lo extrañas? El estar aquí, en tu hogar...

Levantó los hombros, la tela deslizándose un poco por esa zona, mostrando un rastro de piel con algunos —. Muchos en realidad —. Lunares casi transparentes.

Eran más bien pequeñas manchas que parecían hechas con acuarelas diluidas en agua.

— Lo hago — . Dijo, sacándome del momento —. Pero supongo que me acostumbré. Es más una rutina ¿sabes? Vivo en una rutina, voy de aquí para allá en Los Ángeles, pero no puedo quitarme las costumbres del campo, me duermo temprano, y me levanto temprano. Para algunos soy un hombre aburrido...

No me parecía un hombre aburrido, no lo conocía en absoluto, pero algo en él no me dejaba creer que lo fuera. Quería decirle, pero no lo hice. No teníamos tanta confianza, y como si él pudiera leer mentes, habló.

— ¿Qué te parece si empezamos de cero?

— ¿De... cero? ¿Qué quieres decir? —. Arrugué la frente.

— No hagas ese gesto. Te harás anciana más rápido.

No pude evitar la carcajada que salió de mí.

— De acuerdo anciano ¿Qué quieres decir? —. Pregunté y otra duda me asaltó —. Por cierto ¿Cuántos años tienes?

Rodó los ojos y acercó todo su cuerpo a la orilla del balcón.

— Hola —. Dijo, dándome una blanca sonrisa. Yo traté de ahogar la mía —. Me llamo Andrew Westcote, soy un arquitecto e interiorista, del tipo hermanos a la obra, pero no tan genial como ellos —. Me guiñó el ojo izquierdo haciéndome sonreír —. Soltero desde hace unos meses y de Reedwood City, el mejor lugar del país... Y por cierto, tengo treinta años, treinta y uno en diciembre.

Me extendió la mano después de su muy detallada presentación. La tomé, dispuesta a seguirle el juego.

— Es un placer, señor Westcote. Yo soy Lucienne Whitlock, licenciada en marketing de profesión, maratonista de programas y películas de vocación. Soltera... bueno, supongo que desde hace dos días. Soy originaria de Los Ángeles. Y no me lo has preguntado, pero te lo diré de todas formas —. Levanté una ceja —. Tengo un mellizo, se llama Karl —. Guardé silencio unos segundos —. Y tengo veintiséis años.

Estreché mi mano, que aún seguía unida a la suya.

— Veo que nuestros apellidos empiezan por la misma letra señorita Whitlock, eso es interesante, lo de su mellizo también -. Hace una reverencia vaga —. Debo decir que no me lo espera, sin embargo —. Sonrió de lado —. Es un placer conocerte.

— Es un placer, Andrew Westcote.

Nuestras manos estuvieron juntas por lo que parecieron diez segundos más y tal parecía que nuestras miradas no querían ceder.

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Después de un delicioso desayuno hecho por la madre de Andrew, este me miró con una sonrisa.

— ¿Estas lista para un recorrido por la propiedad? —. Preguntó como un niño en dulcería.

Tenía la impresión de que no hacia esto siempre que venía o más bien, no lo hacía con cualquiera.
Asentí con entusiasmo, incapaz de contener mi curiosidad. Ambos nos levantamos de nuestros asientos y salimos de la cocina, cruzando los rústicos y lujosos pasillos decorados hasta llegar a la entrada de la casa.

Hasta que el padrino ¿me rescate?Where stories live. Discover now