3. Mi bebé, y ella

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Unas pocas horas después, trasladaron a Aurora, y me hicieron vestirme igual a ellos. Todo estaba preparado para la llegada del bebé. Estaba demasiado nervioso, ella sujetaba mi mano con fuerza y yo acariciaba su pelo, se veía lista, no dejaba de hacer respiraciones como lo indicaban. Una enfermera se ofreció a fotografiar el momento en que tuviéramos al bebé.

Ella se había preparado bien, muchos meses antes, comenzó a ejercitarse conmigo, también hizo gimnasia íntima para ayudar al parto y a su cuerpo a volver a la normalidad. Todo este proceso de tener a nuestro bebé, requirió una preparación muy anticipada de nuestra parte. Yo había investigado mucho, me encargaba de hacerle comidas apropiadas para ella y el bebé, la ayudaba a sentirse menos estresada. Estuve siempre ahí, en cada momento.

Aurora seguía con sus respiraciones.

Y entonces, le dieron la señal de pujar, mi corazón no dejaba de latir con fuerza cada vez que la veía esforzarse, creo que hasta las piernas me temblaban, estaba tan nervioso que comencé a entender el porque algunos padres se desmayaban. Presenciar un nacimiento era algo indescriptible, me sentía tan pequeño, hasta que tuve que recordar que era mi bebé también, que Aurora es mi esposa, y que yo debía permanecer fuerte frente a esta nueva emoción.

—Lo estás haciendo bien, mi amor —le susurraba, presionando su mano.

Aurora tenía experiencia de estar en un parto, comentó que había acompañado a su madre durante el nacimiento de los mellizos, también sabía atender a un bebé porque tuvo que cuidar de sus hermanitos los primeros años después de que nacieron.

Yo en cambio, no sabía nada, absolutamente nada. Ella me explicó, y también estuve leyendo durante estos últimos meses, libros acerca del cuidado que debía darle al bebé, hasta primeros auxilios en caso de emergencias. Tuve el deseo de prepararme sabiendo esas cosas, porque quería ser lo mejor para mi bebé y para ella.

—Una vez más, Aurora, puja —indicó el doctor, y así lo hizo ella.

Los fuegos artificiales fueron lanzados al cielo y entonces lo escuché.

Un llanto.

Un llanto inundó la habitación y supe al instante que lo protegería tanto como a ella, vi a mi pequeño ser envuelto por la enfermera y luego lo trajo hasta el pecho de Aurora. Ella comenzó a sisear para acallarlo.

—Estoy aquí, estoy aquí —le dijo, el bebé guardó silencio y tal escena me pareció la más conmovedora del mundo. Me bajé el cubre bocas y Limpié algunas lágrimas que se habían escapado de mis ojos, no podía dejar de sonreír al ver lo hermoso que era.

Es tu bebé, es tu hijo, sobre el pecho de la chica que amas, y ella es su madre. Se repetía una y otra vez en mi mente.

El flash de la cámara instantánea nos iluminó, luego una enfermera tomó al bebé para acercarse al mesón y hacer su protocolo, otra enfermera se acercó para ayudarla. Miré con emoción a Aurora, quien recostaba su cabeza, había sudado un poco, y escuchaba con atención al bebé que volvía a llorar.

Compartimos una mirada, saqué mi pañuelo con rapidez para limpiar su frente y sonreírle.

—¿Quién es un hermoso bebé? —preguntó una de las enfermeras que lo atendía, lo limpiaron, comprobaron sus latidos, su respiración y procedieron a pesarlo —. 3.2 —informó a la enfermera que anotaba todo—. Buen peso y excelentes latidos.

—Felicidades por el nuevo niño ¿Cuál será su nombre?

—Einar —respondí, ella asintió y escribió en otro papel con dibujos de oso.

—El parto no tuvo complicaciones y el bebé nació justo a los nueve meses, así que podrá quedarse con ustedes. Haremos todas las observaciones desde aquí —me explicó—. Sin embargo, estará en una incubadora hasta que el ambiente sea seguro, ya que apenas comenzará a hacer defensas.

Rompiendo Barreras © ✓ (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora