El Cuadro De Rose Mary

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Entró a su casa de nuevo cuando las luces se apagaban. No tenía importancia saber qué hora era, ni qué pensaría de él su mujer. Ya adentro, entre las sombras miró a aquella mujer tomando el té. Una mujer de belleza enigmática, con algo que no sabría muy bien definir pero que le atraía de manera increíble. No importaba si no era del gusto de su pareja, si Audrey no quería el cuadro con él, él mismo se iría solo con su nueva y preciosa mujer de pintura.

Subió la escalera paso a paso lentamente hasta llegar a lo que era su habitación. Allí su mujer dormía o eso parecía, pues quizá solo aparentaba dormir para no tener una pelea más. Ellos rara vez peleaban, pero Audrey era muy celosa. "Qué estúpidas que pueden volverse las mujeres cuando sienten celos. Tener celos de un cuadro, como si la chica del cuadro fuese a cobrar vida y seducirme, ¡vaya idiotez!", se dijo interiormente Aarón mientras miraba a Audrey con cierto disgusto, aunque luego le vino a la mente la chica del cuadro y todo lo que quiso fue dormir para soñar con ella, para estar en sus brazos y bucear en el encanto de sus ojos...

..........

Abrió sus ojos, frente a él, en aquel ventanal de su habitación, el sol resplandecía. Rose Mary estaba sentada. Tomaba el té con la elegancia de toda una princesa, brillaba como una estrella, resplandecía como el sol y era elegante como la luna.

-Siéntate, cariño, ven aquí a mi lado.

Lo invitaba a sentarse. Él, con una sonrisa de enamorado atontado, tomando su mano enguantada empezó a besarle. Ella lo observaba con tanta maravilla y cariño.

De pronto observó por la ventana: las nubes tapaban el sol y un torbellino empezó a girar en su dirección, se hacía más y más grande, como un gigantesco tornado. Chocó en su ventana mientras los cristales se rompían, y él despertó, despertó de aquel sueño que no quería abandonar.

Fue como si el ruido de los vidrios que estallaban lo hubiera devuelto a la realidad, o al menos eso parecía.

Bajó las escaleras con cansancio y sin cuidado, no le importaba tropezar, aún llevaba la misma ropa de ayer.

Llegó hasta la habitación principal, la puerta se encontraba abierta. El cuadro que daba vista hacia la cocina no estaba, de seguro fue esa fastidiosa niña a la cual tenía como esposa, una chica molesta y explosiva.

Algo sin embargo había pasado: ahí seguía esa mujer clavada en la pared, pero había algo extraño en ella, había crecido, se había expandido, la torre Eiffel de Paris se observaba, y un paisaje crecía a su lado. Se veía la casa de ella y un castillo, personas bailando, hombres retratando a las más bellas damas y una orquesta clásica

Definitivamente el cuadro había sido alterado, pero era imposible que lo hubiese hecho Audrey pues ella nunca había tocado brocha alguna y los cambios eran formidables. O quién sabe, quizá contrató a un gran pintor, mas... ¿dónde rayos estaba Audrey? Tal vez estaba de compras en el supermercado y había olvidado cerrar su puerta.

Aarón giró su cuello: el cuadro crecía más y más, como si fueran raíces creciendo sobre su pared. Una planta maravillosa, que se extendía en las ventanas, las tapizaba como si fueran ladrillos de un mágico castillo. Y el cuadro crecía más y más, con los duques de Francia, señoritas y ancianos elegantes, flores rojas que parecían abrirse de pétalo en pétalo, mariposas y aves que revoloteaban en el cielo, ventanales gigantes donde la luz se filtraba, niños jugueteando ante sus ojos maravillados. Todo era tan extraño, tan mágico y confuso en aquel proceso que se desplegó hasta que el lugar en que él se hallaba fue sellado y, así como salida de la nada, Rose estaba frente a él, mirándolo con dulzura (y algo de pasión) porque había sido el hombre que la recogió en aquella oscura y fría noche, el hombre que la colocó en un cálido hogar.

Leyendas Urbanas ✡Where stories live. Discover now