–Te irás de caza junto a tus mentoras, los próximos tres días en los que en el último habrá plenilunio, y me tendrás que traer tres cabezas de Jabag.

–¿Qué es un Jabag? –pregunté yo extrañada, intentando omitir lo de la misión. 

No tenía ni la menor idea de que podría ser aquello pero si me había pedido tres, debían de ser poderosos.

–Son a lo que en la tierra llamáis jabalís -asentí con la cabeza. 

Por lo menos no eran monstruos de dos metros ni algo de ese estilo.

–Aunque en el Subsuelo, son más grandes y más feroces que los del bosque pero bueno, no debería ser ningún inconveniente para una guardiana del bosque.

Apreté los labios enfadada pero intenté regalarle una sonrisa lo más irónica posible.

–No, la verdad es que no, ya que si he podido enfrentarme a usted, no tendría porque darme miedo ningún otro monstruo.

Me pasé si pero volver a recuperar mi orgullo, era más satisfactorio. Aunque el rostro pétreo del rey daba miedo, mucho miedo. No sabía que podía estar tramando o qué iba a hacer pero lo que fuera que hiciese, lo tomaría como un acto de orgullo en el que nadie, podría aplastar a Xylia Sylvam ni menospreciar mi puesto como guardiana del bosque.

Entonces escuché un leve ruido como si fuera una pequeña risa procedente de la única persona, a parte de mí misma que se encontraba en esa sala. Y cuando lo miré, vi personificada a la locura y al sadismo. Me eché hacia atrás aunque intentando mantener mi rostro serio.

–¿Hoy tienes ganas de jugar, verdad Xylia? –no podía moverme ya que volví a sentir esas manos que me acorralaban en esa silla.

Intenté zafarme de esa sensación sin éxito mientras que el Portador de las Almas Perdidas, se levantaba de su asiento para luego dirigirse hacia mi lugar. 

Estaba entrando en pánico, no estaba totalmente recuperada y no sabía qué podría ser lo siguiente que me hiciera. Su caminar era lento pero su mirada juguetona, desvelaba sus verdaderas intenciones. Pero una vez llegó a la mitad de la mesa, paró y en vez de moverse él se movió la silla en la que estaba sentada, provocando que me pusiera histérica mientras miraba horrorizada a ese monstruo. La silla se acabó situando en el centro de la sala, a varios metros de la mesa y enfrente del rey.

Esas manos me obligaron a ponerme de pie justo delante de la silla y se hizo el silencio. No sabía que podía decirme pero intenté mantener la calma aunque a esas alturas, estaba todo perdido.

–¿Porqué me haces esto, Xylia? Por momentos te ves sumisa pero en otros te ves realmente dominante y eso no puede ser, y menos cuando te reclamé como mía.

No comprendía a lo que quería llegar con esas palabras pero lo que si que sabía era que en sus palabras notaba cierta posesividad, la cual me disgustaba en absoluto.

Se acercó y esas manos invisibles hicieron que las pusiera en mis espalda,como si llevara unas esposas. Cuando estuvo a escasos centímetros de mi, colocó una de sus manos en mi cintura y me estremecí ante ese contacto innecesario.

–Acerté cuando elegí este vestido –murmuró ese dominante rey mientras me observaba con cautela pero poco a poco,fue acercando su rostro a mi oído, hasta que escuché su susurro –pero la verdad, es que prefiero verte sin él.

Antes de que pudiese darme cuenta, la mano que sostenía con fuerza mi cintura, se separó de mi cuerpo para empezar a notar como algo rasgaba la tela de esa zona. Al mirar abajo, ví las misma uñas horribles y largas que vi la primera vez que lo conocí, rasgar el cuero de mi zona abdominal, hasta que quedó la piel desnuda al aire. Mi respiración entrecortada y mi múltiples pestañeos, no ayudaban nada y más cuando aquel susurro, tan natural y tan tenebroso, provocó cosas que no tendrían que haber sucedido.

–He intentado controlarme pero me lo pones muy difícil y es fácil  caer en la tentación de poder hacer cualquier cosa contigo, humana.

Mientras él hablaba, ahora cerca de mis labios, su mano trabajaba en mi abdomen sobre todo cuando empecé a notar como mis piel empezaba a ser rasgada, reprimí mis gruñidos de dolor ya que no quería caer tan fácilmente.

–Pero como ves, voy a intentar saciarme de una forma en la que no tenga que tirarte en una cama y hacerte mía pero de verdad.

Sus palabras eran meros susurros, tan penetrantes que cuando escuché aquella confusión, noté como me sonrojaba. Por un momento olvidé ese tenue dolor y me centré en sus palabras, ¿de verdad pensaba en acostarse conmigo? Estaba muy confundida pero tampoco estaba en condiciones de pensar mucho, la verdad.

–¿D-de qué está hablando? –pregunté yo temblorosa.

Él respiró profundamente y cuando clavó su penetrante mirada en mí, mi cuerpo reaccionó ante aquello.

–De que como vuelvas a llevarme la contraria o saques tu lado dominante, yo sacaré el mío y te haré mía hasta que se te grabe en la mente y en la piel que tienes que obedecer a tu señor, ¿entendido?

Tragué nerviosa y asentí. Su voz era más grave de lo normal y sus ojos más oscuros aún. Sus insinuaciones eran claras y por lo que pude asebentarme era de que nunca debía bajar la guardia y menos con esos pensamientos tan impuros, de un ser tan impuro como él.

Paró de rasgar mi piel, ya que esas uñas desaparecieron para mostrarse normales pero sus dedos siguieron tocando mi piel con suavidad. Se me estremeció la piel bajo su contacto pero entonces cómo si algo divino hubiera visto aquella escena y quisiera pararla, entraron con rapidez dos soldados y un hombre con los mismos rasgos que el propio rey pero sin cuernos, entraron hechos una furia. Ese hombre de tez pálida, iba vestido con una armadura negra preciosa tanto para ser manchada de sangre ya que estaba más que claro que debía de ser un muy buen guerrero. Su rostro estaba serio y esa melena corta caoba oscuro, se movía con mucho ímpetu. Su ojos anaranjados personificaban al fuego mismo y estaba segura de que algo malo tuvo que pasar. No me miró en absoluto, sus ojos clavados en el rey y en como las manos de este se apartaban de mi cuerpo con lentitud.

–Azael, las campañas fronterizas están cayendo, ha llegado una bandada de asyhe.

La voz de ese hombre parecía muy serena a pesar de lo que acababa de decir pero lo que más me llamó la atención fue esa primera palabra que pronunció, era un nombre, Azael. Nunca había escuchado ese nombre nunca pero me parecía majestuoso y tenebroso para un rey demonio que tenía justamente enfrente de mí.

Sabía perfectamente que se refería al rey, no había nadie más y por la cercanía que había tenido este como para llamarlo por su nombre, debían de ser muy conocidos. El rey respiró profundamente y se pasó una mano por su cabello, acto que me dejó prendada.

–Haz llamar a Keegan, en unos minutos me reuniré contigo y con él en su sala.

Ese tal Keegan tan solo asintió y se marchó por donde vino. El muy bastardo ni me miró como si tan solo fuera un objeto pero una mano que empezó a acariciar mi cien, hizo que despertara de esos pensamientos de odio hacia esta raza. Levanté mi mirada y vi ese rostro tan bello, calmado y sereno.

–Tengo que marcharme pero no creas que esto ha acabado, puedes acabar de cenar y luego, Ilyra te curará cada una de las heridas que he provocado, menos una, la primera que te he echo –fruncí el ceño ante sus palabras, ¿de verdad iba a dejarme marcada?  

–Mañana, Malentha te dará los detalles de tu misión –entonces acercó su rostro de nuevo a mi –y recuerda, que porque estés en tu habitación, no significa que no pueda verte.

Con esas palabras empezó a caminar con esa actitud poderosa que estaba empezando a odiar mientras que yo hecha un tomate, no sabía a dónde esconderme después de haber escuchado sus declaraciones.





La Leyenda ÁureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora