Deja que salga la luna

Start bij het begin
                                    

Juntos llegamos ahí.

Aquel patio era distinto al de su casa del pueblo. Este no tenía tantas plantas ni decoraciones. Solo era pasto, un pequeño pino y algunas begonias que con su rosa le daban color al lugar.

Quedamos de pie, frente a frente. Seguía sujetando sus manos entre las mías. De inmediato percibí que se le pusieron frías. Raro, porque el clima estaba cálido.

—Celina —comencé. Esta vez no había temblores que entorpecieran lo que iba decir—, necesito saber si es verdad que en el pasado tuviste sentimientos por mí. —Con mi pregunta vi que se le subieron los colores al rostro y me desvió la vista—. No temas, puedes ser sincera. —Le toqué la barbilla para que regresara a verme.

Después de un par de segundos, lo confirmó con un lento movimiento de cabeza, y noté que se le enrojecieron los contornos de los ojos.

—Cuando supe... —Tomó aire. Supongo que lo necesitaba para poder continuar—. Cuando supe que nuestras madres acordaron casarnos, empecé a hacerme a la idea. —Percibí los nervios que sentía y le apreté ambas manos para darle seguridad—. Mamá decía que tenía que ser una buena esposa para ti. Me preparé lo mejor que pude. —Por su expresión risueña, sospeché que estaba recordando—. Te veía cuando pasabas rumbo a tu escuela. La tuya estaba más adelante, así que me quedaba esperando para meterme a clases. Traté de hablarte varias veces, pero me arrepentía cuando estabas cerca. Pensé que al formalizar todo tendríamos tiempo de conocernos mejor. —Hundió los hombros—. Ya sabes, como a muchos les pasa.

¡Fue ahí cuando el peso de mi falla me lastimó! Ignoré por años lo que pasaba con Celina. A mí mi madre no me dijo que tenía que prepararme para nada, ni siquiera me concientizó sobre el compromiso. Pero eso no era una excusa para haberlo abandonado sin siquiera dar la cara.

—Yo... lo siento tanto —le dije sincero.

Ella se apresuró a añadir un comentario:

—Te enamoraste, eso es normal.

Sus condescendientes palabras no bastaron. De haber podido, me habría golpeado allí mismo.

—Fui un iluso por encapricharme. Ni mil perdones servirán, pero... —Me tomé el atrevimiento de observarla, la ternura que transmitía podía calmar hasta al más violento—, la verdad es que quiero que te quedes.

—Ya dimos suficientes molestias...

—Creo que no me estoy dando a entender —la interrumpí—. No quiero que te vayas. —Hice una breve pausa para volver a confirmarme lo que iba a decirle. Estaba convencido de que, al primer ápice de duda, daría marcha atrás. Analicé rápido lo venidero y sí, me sentía seguro—, ni de mi casa, ni de mi vida.

—¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par.

—El Moreno no fue el primero que manchó tu nombre.

—No digas eso...

Celina trató de retroceder, pero se lo impedí lo más delicado posible.

—Es la verdad. Y lo voy a enmendar. —Las yemas de mis manos tocaron mi pecho—. Si aun tienes un poco de interés en este tonto y eres capaz de aceptar que tengo una familia por la cual velar, me gustaría, me encantaría, retomar ese compromiso. —¡Pasó! Lo dije directo.

—¿Qué? —Se le fue el aire con la pregunta y ya no pudo hablar. Sus ojos se enrojecieron todavía más.

—Sé que falta el anillo, pero lo tendrás lo más pronto posible.

Ella negó con la cabeza y agachó el rostro.

—Deja de sentirte obligado por algo que ya pasó.

Me incliné para que nos viéramos. Necesitaba que se diera cuenta de que se lo decía en serio.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu