—Sí, en eso —dijo feliz.

Me quedé con la boca medio abierta y Anastasio también. Jacobo solo abrió más los ojos.

Ahí empecé a prestar más atención a lo que relataba porque no solo se perdió, sino que fue a meterse a un circo, se coló tras bambalinas, y también mintió.

—¿Cómo? —Mi madre dibujó una mueca de hartazgo—. ¡Ya dinos bien, caray! Me tienes adivinando.

Una vez más lo contemplamos.

Paulino tomó valor, lo supe porque se sostuvo del respaldo del sillón e inhaló profundo.

—Dije que era un payaso profesional.

Ahora que lo recuerdo, lo que pasó suena gracioso, pero en ese momento nos dejó callados.

Fue mi madre la única que pudo hablarle:

—Pero, hijo, cuando te decía así, no era en serio —sonó mortificada e incluso se le acercó más.

Pude ver que mi hermano estaba controlado y serio; algo inusual en él.

—Me gusta, mamá. Voy a estar en una función mañana como prueba. —Comenzó a hablar con voz más alta—: Se van a ir a las Europas en unos días, y quiero ir. —Arrugó la frente—, quiero conocer por allá. Jamás me había sentido tan cómodo en un lugar. Tal vez el perderme sirvió para encontrarme —murmuró al final.

Mi madre manoteó, molesta.

—¡Eso sí que no! Ni conoces a esa gente. ¿Y si son robachicos?

Jacobo se acercó más a ellos para intervenir de manera más formal.

—Pero si tu hijito ya no es niño. Déjalo. Si es lo que quiere, que lo haga. De todos modos, la cara ya la tiene. —Lo apuntó con un movimiento de cara y se veía divertido, pero convencido de cada palabra—. Chance y sí sirve para algo.

—Pero, si te gusta —mamá se dirigió a Paulino como si le hubiera dicho una muy mala noticia—, ¿vas a dejar a tu madre?

—Si yo les gusto, me iré solo un tiempo, ya sabes, para probar. Tranquila, mamita, primero tienen que aceptarme.

Pasamos un rato en silencio. Anastasio y yo solo mirábamos. Se sentía una tensión como las que experimentábamos de niños cuando alguno iba a recibir una reprimenda.

—Por respeto a la memoria de tu hermano Rogelio —por fin habló mamá—, sabes que no vamos a poder ir a verte...

Al oírla, Paulino saltó emocionado y la abrazó.

—Lo sé —dijo conmovido—. Cuando termine, lo primero que haré es venir a contarles. Lo prometo.

Mi madre soltó las lágrimas, aunque puedo jurar que hacía un enorme esfuerzo para detenerlas.

—Más te vale que sí.

Se dieron un rápido abrazo. Luego mi hermano se dirigió a mí:

—Voy a usar un ratito un cuarto vacío para practicar lo que planeo presentar.

Levanté el dorso de la mano.

—Adelante.

Sin duda, aquella noche fue una sin igual.

Al día siguiente preparé el equipaje. No quería que me faltaran cosas porque sería molesto para Miranda y su hermano el ver sus planes interrumpidos para que comprara lo que olvidé. Todos los sombreros que tenía terminaron en la basura. No estaba dispuesto a ponérmelos más; al menos no los de la marca de aquel ladrón. Decidí que compraría uno en el camino.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Where stories live. Discover now