—Tranquis, mamita —trató de calmarla Sebastián, aunque se notaba a leguas que bebió más de una copa—. Solo estoy alegrando esta casa tan aburrida —su tono de voz era demasiado alto y extendió los brazos al decirlo.

—Ninguno va a soportar más de tus desmadres. Entiéndelo de una vez. —Con su cuerpo evitaba que entrara al pasillo—. O te mando a dormir al patio a ver si así aprendes. La bebé es la que peor la pasa.

—¿Y a mí que me importa? —Su respuesta nos sorprendió a los tres.

—¡Sebastián! —lo reprendió mamá—. ¡Respeta a tu hermano!

Él la observó altivo.

—¿Quién me va a regañar? —la retó, y sus ademanes también lo hacían—. Rogelio ya no está, papá parece que también se murió. ¿Quién le sigue? ¿Gerónimo? —Resopló burlón—. Ese es un pendejo infiel que lo único que le importa es cogerse a cuanta prostituta encuentre —lo dijo gritando, supongo que con la intención de que él y su esposa oyeran. Después se giró a ver a Anastasio y lo señaló—. A ti te controla esa mujercita tan chiquita.

—¡Cállate ya! —Mi madre trató de silenciarlo, sin éxito.

Sabía que iba mi turno porque me miró directo.

—Y tú, eres un rogón sin orgullo pocos huevos. ¡Ja! —Se tambaleaba, pero con su dedo volvió a señalarnos uno a uno—. Ninguno aquí tiene cara para decirme lo que debo o no debo hacer.

—Yo sí. Soy tu madre y puedo darte ahorita los chanclazos que te hicieron falta. —Por un segundo creí que le propinaría una buena bofetada porque la vi alzar una mano que acercó demasiado a su rostro.

—Mamacita —sonó más conciliador y hasta la sostuvo torpe de los hombros—, cálmate, si solo me estoy divirtiendo. ¿Qué no ves que me siento solo? —en ese momento su voz se quebró un poco.

—Entonces busca una esposa y no una botella.

Sebastián sonrió con amargura e incluso su expresión cambió.

—Pero si ya tengo, nomás que no la vas a querer.

Mi madre se quedó callada un instante.

—¿Cómo dices? —le preguntó entre dientes.

Era mi turno de intervenir porque conocía el secreto que mi hermano juró guardar. Me acerqué a ellos y traté de llegar a Sebastián, pero mi madre no se movió de su lugar.

—Mejor déjalo que se vaya a dormir —dije cerca de los dos.

—¡Quieto! —ordenó mi madre y sentí su toque en mi vientre. Después volvió a encarar a Sebastián—. ¿Quién es y por qué piensas que no la voy a querer?

En la cara de mi hermano reconocí el mismo tormento por el que yo también pasé meses atrás.

—Es una mujer de esas de las que ya no hay —dijo convencido de cada palabra—. ¡Pero no! —Manoteó—, tú vas a encontrarle todo lo malo, como haces con cada una de las nueras.

Una vez más intenté acercarme a él para impedir que continuara hablando, pero un jalón del brazo me detuvo.

—Quieto dijo. —Era la voz serena de Anastasio—. Yo también quiero saber.

Aun en mi posición, contemplé a Sebastián. Que confesara en el estado en el que se encontraba iba a desencadenar una discusión mucho peor. Por dentro rogué que él comprendiera lo que trataba de decirle con solo una mirada.

—Me voy a dormir —esquivó la pregunta—. No queremos despertar a tu bebé chillona —se dirigió a Anastasio.

Sentí un gran alivio.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Where stories live. Discover now