38. La venganza se sirve en un platillo frío

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Las ramas se atoran en mis jeans, por dónde me obliga caminar no hay sendero, no hay camino, solo es monte.

Cada que doy un paso siento la mirada penetrante de Heather y no se diga del arma que lleva, en todo momento apunta hacia nosotras.

Minutos más tarde de caminar entre el monte, las ramas a lo lejos puedo ver la carretera y un auto estacionado.

—Apúrate —me sigue empujando con sus manos—. Subirás al auto sin protestas, ¿entiendes?

Solo me dedico a asentir.

Al llegar al auto veo como saca unas llaves de su pantalón, me las avienta.

—Abre el auto —me manda—. No quiero que hagas ningún movimiento en falso.

Abro la parte del conductor.

—Ahora abre la puerta de atrás —me hace una seña.

Cómo puedo abro la puerta, ya que con la otra sostengo a Eileen. Todo el rato se ha mantenido sollozando.

No se cómo calmarla, como trasmitir la calma que necesita y decirle que nada va a pasar porque ni yo misma se que nos hará o si por lo menos la dejará ir a ella.

Ha dicho que me quiere a mi y no a ella, agradezco que su mirada este concentrada en mi.

—Sube

No protesto a sus peticiones.

Siente en el asiento a la niña.

Solo escucho como me golpea con algo en la nuca haciendo que pierda el conocimiento, mi vista se nubla convirtiéndose completamente oscuro.

Solo pienso en mi hija, en mantenerla a salvo.

No se cuánto tiempo ha pasado, tampoco se dónde estoy.

Abro lentamente mis ojos, enfoco mi vista para ver qué hay poca luz en el lugar, hay pocas cosas y el lugar huele a húmedo.

Las ventanas que hay son las que permiten que la luz pase pero muy poco ya que hay cortinas tapando.

Me remuevo en mi lugar, no puedo hacerlo libremente. Me doy cuenta de que estoy atada a una silla, mis manos están amarradas detrás mío, mis pies por igual amarrados.
Ejerzo presión para ver si puedo zafarme, el intento es fallido.

Esta cosa está muy bien sujetada.

Al recobrar bien mis sentidos recuerdo a mi hija.

Desesperadamente busco con la mirada a Eileen, no la veo en ningún lado.

—¡Eileen! —la llamo para que me escuche—. Cariño ¿dónde estás?. ¡Hija!

No hay respuesta alguna.

Enfoco mi vista más allá de las cortinas, por la luz podría ser que ya sea tarde.

—¿Dónde estás Eileen? —sigo gritando desesperada.

No obtengo ninguna respuesta.

¿Dónde mierdas está mi hija?

Tengo incontrolables ganas de llorar por no poder salvar a mi hija de las garras de Heather, no se a donde se la ha llevado. Solo deseo que este bien y que lo le haya hecho daño.

No soportaría saber que le ha ocurrido algo.

Me doy por vencida al saber que aquí no está mi hija, que probablemente esté en otro lugar. Me he desgarrado mi garganta de tanto gritar que ahora necesito agua para dejar de sentir la sequedad.

Cuándo ya me he callado, el silencio reina. Puedo escuchar desde aquí los grillos, se avecina la noche. No hay manera de poder zafarme de las ataduras.

Subastada al mejor postorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora