Capítulo 4- Wellington's House

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—Gracias por informarme, señora Bass —dijo ella, temiéndose un largo y arduo día con el Duque de Wellington malhumorado y aquejado por el dolor de sus brazos y sus heridas. Sobre todo, del dolor de su brazo derecho, en el que le habían disparado. 

Cada rincón de su cuerpo protestaba como si hubiera sido sometido a un castigo con un martillo

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Cada rincón de su cuerpo protestaba como si hubiera sido sometido a un castigo con un martillo. El dolor más agudo se concentraba en su brazo. Aunque, por fortuna, la fiebre no se había apoderado de él y eso significaba que estaba fuera de peligro. Sin embargo y a pesar de haber descansado toda la noche y gran parte de la mañana, tras haber ingerido un sorbo de láudano, no se sentía revitalizado en absoluto. Más bien todo lo contrario, se sentía débil. Y no había cosa que odiara más Arthur Wellesley que la debilidad. 

—Que Dios la ampare —le deseó el ayuda de cámara del Duque a Jane, cuando se cruzaron en el pasillo que conducía a la habitación de Wellington. Jane supo entonces que sus sospechas sobre el ánimo del señor, ya de por sí irascible, eran acertadas.

—¿Por qué demonios llega usted tan tarde, Jane? —le preguntó él, nada más cruzar el umbral de su puerta.

—He pensado que querría usted descansar esta mañana, Su Excelencia —reverenció ella, después de cerrar la puerta de la habitación sin hacer ruido. No eran más de las ocho y media de la mañana.

El Duque permanecía inmóvil, en la misma posición en la que Jane lo había descubierto el día anterior: recostado en su inmensa cama con doseles blancos, rodeado de los símbolos de su nobleza, mientras una colección de medicamentos reposaba sobre una mesa auxiliar cercana. Resultaba intrigante para Jane su soledad; había asumido la presencia de algún pariente. Sin embargo, la vasta distancia entre Inglaterra y la India complicaba el consuelo de familiares, y tal vez en Calcuta no había ninguna hermana, madre o tía que pudiera acudir a su lado.

—¿Acaso le pagan para que piense, Jane? ¡Vamos, ayúdeme a levantarme! 

—Su Excelencia, según me han informado, no debería intentar ponerse de pie durante las próximas tres semanas. Se ha fracturado varios huesos a raíz del accidente con el tílburi, y es imperativo que evite mover la pierna izquierda, que ha sido inmovilizada con tablillas y vendajes.

—Veo que ha hecho sus deberes, Jane. Pero se olvida de lo más importante: me debe obediencia absoluta. 

Jane apretó los ojos con firmeza y se mordió la lengua para no expresar en voz alta su descontento por la falta de palabra y honor de ese hombre, al humillarla con su extravagante solicitud de saldar la deuda del señorito Adolfo a través de ella. 

—No, mi señor, mi tarea aquí es cuidar de usted —contrapuso ella, decidida a no dejarse humillar más—, y eso incluye tratar de persuadirlo para que no continúe cometiendo absurdeces que puedan afectar a su salud —Jane se acercó con diligencia a la mesita auxiliar y tomó el remedio matutino que el ama de llaves le había dicho que debía darle al Duque. 

El Diario de una DoncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora