De ama de casa a vampira

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Una vez tuve un sueño, amargo, sombrío, en el que me sumergía en una tremenda penuria y oscuridad.

Descubrí que era real al abrir los ojos.

A unos putos niñatos de trescientos años les pareció graciosa la idea de morderme y convertirme. Por supuesto que hubo juicio y me pagaron lo más grande. Ellos fueron condenados a la jaula durante ciento cincuenta años, pero en ochenta estuvieron fuera.

Yo jamás volvería a ser como antes.

Jamás volvería a ver la luz del sol. Jamás volvería a llevar a mi hijo al parque. Bueno, sí, en días nublados y con mucha protección solar, pero me habían jodido. Mi horario era completamente distinto al resto del mundo, al de los humanos, me refiero, y mi dieta... ¡Os la llegáis a imaginar!

Había pasado de ser una ama de casa normal a ser ¡VAMPIRA!

Que no estaba del todo mal, pero el tiempo de ocio con mi marido se reducía a la última sesión golfa de cine y se acabaron los churros en una terracita al sol. Tampoco me apasionaban mucho los churros, pero los echaba de menos.

Tuve que buscarme un curro nocturno. Que fuera inmortal no me libraba del mantenimiento de una familia y empecé a trabajar en un almacén de carnes procesadas. Mi tarea era limpiar la sangre. ¡Menuda alegría la mía! ¡Trabajo y comida gratis! Pero no me renovaron el contrato. Decían que todo estaba demasiado limpio.

¡Pues que les jodan!

Uno de mis principales problemas fue que no podía ir a la compra, pero mi suegra se ofreció a traérmela todas las semanas hasta que descubrimos el maravilloso mundo del envío a domicilio y, en vista de que tenía todas las noches libres porque se había acabado mi problema con dormir, dejaba listas las tareas de la casa antes del amanecer.

Durante mi vida humana había odiado cocinar, luego empecé a cogerle el gustillo, podía dedicarle tiempo y cariño, y acabé haciendo un máster en cocina. Sí, como lo lees. Abrí un pequeño local de comida y con el tiempo monté una línea de cinco restaurantes. Restaurantes nocturnos para vampiros insaciables.

No, no servía sangre. Mi plato especial era la coliflor. A los vampiros nos chifla la coliflor, pero tuve que suprimir el ajillo frito y habilité un espacio para vampiros y uno mixto, para familias tan peculiares como la mía.

No me podía quejar de mi vida como vampira, aprovechaba más el tiempo, siempre estaba descansada, podía trabajar y hacer tareas al mismo tiempo. De hecho, el tiempo era como si no pasara, pero aquello hacía mella en mi cabeza.

Cuando me quise dar cuenta, mi hijo se estaba graduando en la universidad. Había intentado retener en mi memoria cada minuto de nuestra vida juntos. Sus cumpleaños, sus partidos de baloncesto —tranquilos, eran por la mañana, pero me ayudaba con la crema de protección +500 ULTRA—, la caída de sus dientes, el paso al instituto... TODO.

Y allí estaba, con su birrete y titulazo.

Mi marido era mayor, yo seguía igual, joven, bella, más que antes, para qué mentirnos, y no había envejecido ni un ápice. Fuimos objeto de críticas durante mucho tiempo, pero lo que no sabía el mundo era que llevábamos casi 50 años juntos.

Un día me encontré llorando delante de su tumba. También lloré en el nacimiento de mi tercer nieto. Fueron muchas alegrías, pero detrás venían las desgracias.

Sí, cierto, no podía quejarme de mi vida, larga, feliz, completa y rodeada de gente, pero esa gente perecía.

Uno detrás de otro.

Primero el amor de mi vida, luego mi hijo, mi nuera, mis nietos. Con ellos sufrí mucho.

Y de nuevo tuve un sueño, más amargo y sombrío todavía, en el que me sumergí en una miseria rodeada de tinieblas, una oscuridad aún más profunda, que duró casi cien años hasta que mi salvación llamó a la puerta. Seguía viviendo en la misma casa, la típica casa de un vampiro. Los niños me llamaban «la bruja rancia del barrio», pero yo les decía que no era una bruja, que era un vampiro. De todas formas, siempre les daba piruletas en Halloween.

Mi tataratataratataratataratatara lo que fuera, nieto, sobrino, algo, familiar, según él, con toda la cara de mi difunto marido, apareció una noche sin luna. Me dijo que había venido a librarme de mi sufrimiento tras leer mi autobiografía, número uno en ventas en Amazon.

Me reí en su cara, nadie podría librarme de lo que había pasado ni devolverme a mi familia.

Entonces sentí un dolor agudo en el pecho, uno como hacía décadas que no sentía. ¡El hijo de su madre me había clavado una estaca! La sangre salía a raudales, manchando mi vestido, cubierto de telaraña y mugre. ¡Pues sí que me había convertido un poco en bruja!

Y mientras me moría, vi su cara, tan similar a la de mi esposo, tan bella. Me sonrió y me susurró al oído unas palabras que no llegué a recordar hasta mucho después. Le di las gracias antes de soltar mi último hálito de vida.

Luego me encontré delante de mi tumba. ¿Y ahora qué tengo que hacer? ¡Se supone que he muerto! ¡Esto de ser vampira me sobrepasa!

Entonces recordé las palabras de mi tataratataratataratataratatara lo que fuera y comencé mi nueva andadura. Si escribiera aquello, sí que sería un éxito, pero ya no tenía un cuerpo tangible para poder hacerlo.

¿FIN?

De ama de casa a vampiraWhere stories live. Discover now