40: La Mansión Malfoy

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— Síganme—indicó Narcisa guiándonos por el vestíbulo—. Mi hijo Draco está pasando las vacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará si son ellos.

Si antes yo no estaba pálida, ahora si que lo estaba, trate de no perder mi forma de metamorfomagia debido a los nervios, el corazón se me detuvo por un microsegundo al pensar en Draco. Recordé nuestro ultimo encuentro, como me había encerrado en un aula en Hogwarts para que no saliera mientras los mortifagos atacaban la escuela, como le habia gritado, desesperada porque me abriera la puerta antes que lo tuviera que hacer yo sola. Aun después de tantos meses no sabía como sentirme respecto a él, era... complicado.

 La luz del salón resultaba deslumbrante comparada con la oscuridad del exterior que tuve que pestañear varias veces pues me dolieron los ojos, sin duda era una mansión: las grandes dimensiones de la estancia, la araña de luces que  colgaba del techo y los retratos que había en las paredes, de color morado oscuro. Era una mansión bastante... fría, mi casa con mis abuelos era mucho mas pequeña que esta pero aunque viviéramos en una mansión seguirían las fotos familiares, los libros, los dibujos y colores, lo que hacía a unas simples paredes y techo un hogar.

Cuando los Carroñeros hicieron entrar a los prisioneros, dos personas se levantaron de sendas butacas colocadas ante una ornamentada chimenea de mármol.

— ¿Qué significa esto?

La voz de Lucius Malfoy lleno la instancia, arrastrando las palabras como si hablar con los otros fuera un problema al que se tenía que rebajar. Draco a veces hablaba así cuando se hallaba molesto o hablaba de alguien en contra.

— Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcisa sin emoción alguna que me hizo aun mas difícil tratar de descifrar que clase de persona era mi tia—. Ven aquí, Draco.

Por un momento pensé que era un error y que ese debía ser algún primo muy delgado de Draco pero ahora que lo veía de cerca supe que era él. Estaba mas flaco dejando su rostro aun más anguloso, ya no estaba pálido si no gris, de un color como el de las nubes en día nublado antes de que empezara a llover, grandes ojeras debajo de los ojos que se notaban cansados. Parecía como si hubiera envejecido 10 años en solo unos meses. Desvíe la mirada antes que el me viera pues si nuestras miradas se cruzaban estaba segura de que me reconocería de inmediato.

Greyback obligó a todos los prisioneros a darse otra vez la vuelta para colocar a Harry justo debajo de la araña de luces conmigo a su lado.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntó el hombre lobo.

Trate de mantenerme serena y tratar de controlar los latidos de mi corazon pues latía con tanta velocidad que estaba pensando que tenia una fuerte taquicardia, y el sudor en mi nuca no estaba ayudando a mantener mi aspecto engañoso.

— ¿Y bien, Draco? —preguntó Lucius Malfoy con avidez—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter? 

— No sé... No estoy seguro —respondió Draco. Mantenía la distancia con Greyback, y parecía darle tanto miedo mirar a Harry como a éste se lo daba mirarlo a él. Greyback me agarró de la barbilla y me obligo a mirar a Draco y cuando lo vi y el me vio a los ojos, supe lo que iba a pasar; me reconoció, agrandando los ojos y el aire no le entro a su cuerpo por unos segundos.

— Mato a uno de los nuestros con la maldición asesina—  el hombre lobo me acusó 

Aquí es, este es mi fin, llamaran a Lefay pata que me mate, no me ire sin una pelea, pero sin mi varita, un terrible dolor de cabeza y mortifagos... me hice una promesa que Morgana nunca mas iba a poseer mi cuerpo, pero de ser necesario...

— No... no es ella—  las palabras le salieron débiles y poco creíbles, aun así lo vi algo confundida y emocionada por no querer delatarme aunque su esfuerzo era terrible. 

Laila Scamander Y Las Reliquias De La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora