Capítulo 8: La verdad

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Siento haber tardado en subir el capítulo, pero espero que este capítulo consiga que la espera haya merecido la pena.

-M

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Kore

Me encontraba en el pequeño jardín de mi antigua casa, la casa de mis padres donde me crié. No estaba sola, sino que me veía a mí misma con cinco o seis años jugar en el jardín, pero una vez más parecía que la niña no podía sentir mi presencia, era como un fantasma. La pequeña Kore estaba con la tierra, iba descalza y su vestido, que una vez era de un bonito azul cielo estaba completamente manchado, al igual que sus pies, piernas desnudas y rostro, que a su vez tenía raspadas las mejillas. En su mano derecha sujetaba una pequeña pala rosa de juguete, que utilizaba como herramienta para escarbar un agujero uniforme junto a las orquídeas de Yolanda. La pequeña estaba tan centrada en su trabajo que no se había percatado de un movimiento a su lado. Un elegante gato blanco se había adentrado en el jardín, entre los barrotes de la verja y los setos que la cubrían y se había acercado a la ventana de la casa, saltando hacia la repisa y observando el interior como si estuviera evaluándolo tenso, casi como si estuviera en estado de alerta. El gato no tenía collar, pero sin duda no era callejero, pues tenía el pelaje pulcro y recortado. Cuando se giró hacia la niña, pude comprobar que sus grandes ojos brillaban de color dorado. Mi corazón se encogió. El gato se acercó a la niña y se frotó contra su espalda ronroneando, lo que causó que la niña se girara sorprendida y una sonrisa se le iluminara en la cara, mostrando huecos en su dentadura por la ausencia de sus dientes de leche. 

—¿Gatito? ¿Has venido a ayudarme a plantar mi flor? 

La pequeña Kore le enseñó al gato una semilla de sandía. El gato observó a la niña durante unos instantes y entonces cambió. Sufrió una metamorfosis hasta convertirse en un cuerpo humano; lo que antes era un gato ahora era una mujer de un metro setenta y cinco, de unos treinta años, de ojos dorados y cabello rojo cortado a la altura de sus hombros. Reprimí un grito, era la misma mujer que había visto la anterior vez, en el sueño con el perro, sólo que aquella vez no la había podido distinguir bien y llevaba el pelo más corto, apenas le había sobrepasado las orejas. Vista más de cerca pude comprobar lo increíblemente hermosa que era, con rasgos finos y piel clara como la porcelana. Cualquiera diría que disminuía su belleza la larga cicatriz en su mejilla, pero a mí me pareció que la hacía verse incluso más fuerte, más severa, alguien que había librado muchas batallas. Llevaba una túnica blanca y sandalias doradas. La mujer se arrodilló al lado de la pequeña Kore quien la contemplaba con la boca abierta. Mi boca también estaría abierta seguramente.

—¿Có...cómo has hecho eso? —Pudo articular la niña. La mujer sonrió. 

—Soy muy lista, sé hacer muchas cosas —Su voz estaba llena de dulzura—. ¿Quieres decirme por qué estas llena de tierra y rasguños, destrozando el jardín de Yolanda? 

—¿Conoces a mi mamá? —La niña movió la vista hacia la ventana como si se pensara si llamarla o no. La mujer apretó los labios durante un instante, pero entonces se relajó de nuevo, volviendo a mostrar la sonrisa cálida.

—Sé de muchas personas, Kore. Igual que sé que Yolanda te ha prohibido salir a jugar al jardín y aquí estás. La niña bajó la cabeza algo avergonzada con lágrimas en los ojos.

—Quería plantar una semilla para que creciera un árbol de sandías infinitas y no tener que comprarlas nunca más. Escuché a mamá decirle a la vecina que ahora cuestan un ojo de la cara y no quiero que se saque un ojo porque yo quiero comer sandía.

HadesWhere stories live. Discover now