—¿Todos?

—¿Tienes algo mejor que hacer? ¿Alguien con quien hayas quedado? ¿Un trabajo de fin de carrera por entregar? ¿Una entrada de cine para la sesión de madrugada?

—Vale, vale. He captado la señal —pone los ojos en blanco. Joder, cómo lo vuelva a hacer la voy a besar. No puedo no imaginar esa cara en otro ámbito de carácter sexual—. En las costillas tengo tatuado Nosotros Nunca, en honor al libro. En la clavícula —desplaza el tirante de su hombro izquierdo para dejarme ver la tinta que cubre su piel. Cada movimiento es más sexy que el anterior—, la constelación de Cáncer, está relacionada con mi fecha de nacimiento. Mi abuelo siempre decía que era un conjunto de estrellas alborotadas, porque me llenaba de purpurina y brillaba mucho. No me estaba quieta. Aquí —dobla el brazo para mostrar el lateral de su muñeca—, una Luna. Me gusta la filosofía de su transformación, desde siempre, cada fase lunar me afecta de una manera y, no sé cómo me las apaño, pero siempre que ha ocurrido algo malo en mi vida, cuando miro al cielo siempre está ahí acompañándome.

—Quiere que alguien le baje la Luna —digo y hago el movimiento de un boli pintando al aire—. Tomo nota.

Ella ríe.

—En el pie, una gota de lluvia en honor a todas las veces que he llorado. En los momentos felices, quiero recordar de dónde vengo, cuánto me ha costado conseguir lo que tengo —continúa diciendo. Levanta la pierna con sutileza y la desliza por encima de mi muslo. Agarro su tobillo con mis manos y suspiro. Deslizo la yema de mis dedos por encima del tatuaje. No cambia de postura—. En la nuca, llevo el número diecinueve. Es el día que mi abuelo... eh... —antes de que su voz se quiebre, me acerco a ella y sostengo sus manos entre las mías.

—¿Cómo era?

Mi pregunta no parece sorprenderle, pero le cuesta contestar. No me arriesgo a avistar si se siente incómoda o no. Tarda unos segundos en decir algo. Son tan sólo dos sonidos que vienen del fondo de su garganta, como si las palabras no fueran capaces de salir al mundo.

—No hace falta que hablemos de él si no quieres.

—Era la persona más especial que he conocido nunca.

—¿Qué ocurrió?

—Murió a causa de un ictus cuando yo tenía diez años. A raíz de ahí todo se torció. Él era el único que conseguía mantener a raya al monstruo de las pesadillas y compañía. Una vez se fue, nadie se atrevió a pararle los pies. Hasta hoy.

—Eso no es así. Tú lo has hecho.

—Lo mío no es una situación permanente, Dylan. Algún día tendré que volver.

—¿Quieres volver?

—No.

—¿Entonces? ¿Qué hemos hablado de los límites?

—En la vida, hay veces que las personas no tienen lo que se merecen. Está bien actuar en base a lo que quieres, pero no siempre se puede. Tú lo sabes mejor que nadie. Si por ti fuera ¿No hubieras corrido detrás de tu madre el día que se marchó? —pregunta y no respondo. Bajo la mirada hasta su pierna—. Seguramente querías, como cualquier persona en tu lugar. Pero no podías. Pues esto es igual. Llegará un día que tendré que volver aunque no quiera, y no podré quedarme dónde el corazón me diga.

—¿Me estás diciendo que lo nuestro tiene fecha de caducidad?

—Te estoy diciendo que habrá días en los que no parezca ni yo, en los que esté en cuerpo pero no en alma. Puede que desaparezca y me tire el día dando tumbos por ahí intentando huir de mí misma, que mis ojos no brillen y que lo único que haga que mi mirada se ilumine sean las lágrimas. Volver no significa volver a casa, sino al lugar dónde tanto sufrimos. Y ahí entra mi mente. Por mucho que quiera pensar que tu amor es curativo, no estoy en lo cierto. Amar ayuda, pero no basta. Y, desde este momento te pido perdón. No porque te vaya a tratar mal, ni mucho menos. Sino porque has llegado en un momento crítico de mi vida. Y no mereces sufrir viéndome rota.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora