—¿Aunque mi destino tenga nombre y apellidos?

—Aunque tu destino sea Dylan Brooks, sí —Lara sonríe y se lleva una cucharada a la boca que previamente ha llenado de helado de chocolate. No le gusta el dulce, por lo menos cuando las cosas van bien. Sólo recurre a las tarrinas de helado cuando la vida se tuerce—. Esto, Natalia... tengo que decirte algo. ¿Te pillo bien? ¿Estás tranquila?

—Lo estaba hasta que me lo has preguntado.

Lara traga saliva con dureza y vuelve a llevarse la cuchara a la boca. Parece incómoda, las palabras no le salen solas y eso conmigo no suele ocurrirle. Nuestras conversaciones continuamente enlazan temas sin sentido con otros totalmente distintos. No quiero que se sienta así, por lo menos si puedo evitarlo, aunque fingir que todo va bien cuando mi mente funciona como una maldita locomotora, no es de lo mejor que sé hacer en la vida. Me lleno los pulmones de aire y lo expulso poco a poco con los ojos cerrados. A mí tampoco me salen las palabras. Está pasando justo lo que no quería que ocurriera en ningún momento.

Mi cuerpo sigue en Vancouver, pero mi mente ha vuelto a Madrid. Quiero pensar que allí todo sigue igual como cuando me fui, que el monstruo de las pesadillas se ha olvidado de mí, que Tyler ha encontrado un pasatiempo en el que matar el tiempo y no lo emplea para abusar de chicas inocentes, que... ¿A quién quiero engañar? Es justo lo que estoy pensando. Necesito enfrentarme a la realidad, cuánto antes.

—Tu padre se ha ido de viaje. Y mi madre sospecha de que su destino pueda ser Vancouver.

Lara lleva pronunciando mi nombre en frente de la webcam de su ordenador desde hace ¿Cinco minutos? ¿Seis? He perdido la noción del tiempo. No sé cuánto llevo con los ojos como platos mirando al infinito.. He olvidado cómo se pestañea.

La primera vez que disocie de la realidad y lo que sucedía a mi alrededor, estaba escribiendo el libro que ahora se ha convertido en película. Cuando escribía las escenas en las que narraba los hechos ocurridos no era capaz de empatizar con lo que estaba contando, simplemente me limitaba a escribir palabra por palabra esa vivencia, ignorando el sufrimiento que ha causado en mí. No era capaz de derramar ni una sola lágrima. Por el contrario, cuando escribía una escena de amor entre los protagonistas, me podía pasar dos días llorando cada vez que la recordaba.

—Natalia, me estás asustando. Di algo —insiste Lara. Y de repente reacciono y clavo mis ojos en la imagen de mi amiga que se reproduce a tiempo real en la pantalla—. ¿Has escuchado lo que te he dicho?

—¿Ya tienes pensado qué vas a estudiar el curso que viene? O... ¿Quizás quieras trabajar? ¡Podrías venir a verme en vacaciones! ¡Te pagaré el vuelo!

—Evitar hablar de un tema no te hará superarlo antes —musita, con tristeza. Mientras guardo silencio, se llena la boca de helado, cucharilla tras cucharilla—. Esta tarde me encontré con tu padre y me lo dijo. Te he llamado todo lo rápido que he podido, incluso, me he intentado comunicar con Zack, pero tampoco daba señal.

Me quedo en silencio, con la mirada perdida.

—Natalia, escúchame, vas a llamar a Dylan, a Zack o a quién tú quieras y le vas a pedir que duerma contigo. No quiero que salgas sola a la calle. Ni que contestes llamadas de números desconocidos. Si vas a usar el teléfono, que sea para llamar a la policía.

No reacciono, ni tampoco respondo. Lara suspira y me mira con pena.

—No me mires así —digo, por fin.

—Me parece tan injusto...

—Estoy acostumbrada —me encojo de hombros.

—No, no lo estás. Conmigo no tienes la necesidad de fingir, no tienes que hacerme creer que todo está bien cuando no es así. Nadie en tu lugar estaría tranquilo, no eres un bicho raro por sentir miedo, reconocerlo te hace humana.

Nosotros Nunca [A LA VENTA EN PAPEL]Where stories live. Discover now