1-. El Rey perdido.

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Yo, Mordred Norfolk, sé lo que es ser diferente y no es fácil. Lo sé por experiencia propia. Desde que tengo memoria, me he sentido atraído por los chicos, pero nunca pude decirlo en voz alta. Vivía en el Reino de Necronis, donde el amor era un asunto de estado, donde sólo se podía casar con una princesa de otro reino para sellar una alianza o una paz. Un reino donde la homosexualidad era considerada una enfermedad, una perversión, una traición. Un reino donde mi padre, el rey, era el más intolerante y cruel de todos.

Yo no quería ser como él. Yo quería ser un buen rey, un rey justo y bondadoso, que gobernara con sabiduría y compasión. Que respetara a su pueblo y a sus vecinos, que promoviera la cultura y la ciencia, que protegiera la naturaleza y los animales. Que amara a quien quisiera, sin importar su sexo o su origen.

Pero ese sueño se hizo añicos el día que mi padre descubrió mi secreto, cuando era mi décimo octavo cumpleaños, encontró mi diario, donde confesaba mi amor por Allard, príncipe de Bradley. Ese mismo día, mi padre envió sus tropas en mi nombre a varios reinos con motivos de expansión territorial, queriendo adueñarse de recursos ajenos, fingiendo que él no sabía nada de lo sucedido. Él prefería decir que me exilió por traición y crear una guerra multilateral a tener que confesar que no toleraba que su hijo homosexual viviera con él. Me declaró traidor e inició una guerra sin sentido, sólo por su odio y su orgullo, enviando una carta falsa escrita por mí al Reino de Bradley expresando mi inexorable odio hacia ellos. Era un conflicto entre el amor y el deber, entre La Paz y la guerra, entre la tolerancia y el prejuicio. En todos los reinos se le puso precio a mi cabeza "cien mil Daras por el heredero traicionero". Mi familia también apoyaba la persecución, y yo sólo quería un lugar donde pudiera ser libre y feliz. Un reino donde nadie me juzgue, un reino donde ser diferente sea normal.

Ese día perdí todo lo que tenía. Mi familia, mi hogar, mi título, mi futuro. Pero no perdí lo más importante: mi amor por Allard. Él era la razón de mi existencia, la luz de mi vida, el fuego de mi alma. Por él fui capaz de sobrevivir, de escapar, de luchar. Por él me convertí en el ladrón de Bradley, porque sí, es cierto, no huí a ningún recóndito lugar, entré a Bradley para volverme su vil y cruel villano, robando a nobles y al reino para llevar el dinero a las personas de los límites de Necronis a quienes mi padre esclavizaba.

Que, ¿cómo me enamoré de Allard si es el heredero del Reino que me odia?, lo vi en varias ocasiones en la frontera arriesgarse siendo el héroe de su pueblo, y cuando persuadió a su padre para proponer la suspensión temporal de las hostilidades entre nuestros dos reinos, con el fin de negociar una solución pacífica... La cual falló.
Ahora también me buscaban, pero no por ser el exiliado heredero de Necronis, puesto que teñí mi cabello con sales de plomo y bayas negras, para no ser reconocido, acá soy bien conocido por ser un fascineroso, que causa desastres en su pueblo, o como ellos me denominan: villano, y sin un villano, no hay héroe.

Cuando llegué a Bradley me uní a un grupo de ladrones, quienes me nombraron su líder, creo que por ser impecable de pies a cabeza. Les conté mi historia, pero no me juzgaron, al contrario, tenían la esperanza de que recupere todo lo que se me había negado, y pueda confesarle mis sentimientos a Allard. Si él me odiaba por ser el heredero exiliado de Necronis, haría que me quiera por ser el villano de Bradley. No fue una grandiosa idea, pero debía dejarme capturar, así Allard vendría a dictar mi sentencia. Permanecí en esa helada celda dos semanas, pero para mi sorpresa, Allard fue encerrado en el mismo calabozo que yo, porque se había metido en problemas por querer capturarme y siempre fallar. Su padre lo había mandado a pasar la noche encerrado, y como castigo, conmigo.

—¿Quién eres tú? —me preguntó él con recelo, al verme sentado en un rincón de la celda.

—Soy una leyenda, el gran ladrón de Bradley —le respondí con una sonrisa burlona y me coloque de pie frente a él, haciendo un ademán de saludarlo con mis manos que él creía atadas.

La carrera queerWhere stories live. Discover now