Tengo que ser fiel a la realidad. Es cuestión de tiempo que mis padres comiencen a sospechar, me encuentren y me hagan volver a casa. En Madrid, Lara tiene por misión no ser descubierta, pero viviendo en el mismo vecindario es complicado, casi imposible. No pretendo que mienta, pero si se encuentran con ella le preguntarán dónde estoy y no quiero meterla en un lío. Siempre estaré agradecida con ella por estar a mi lado en cada momento de mi vida y, una vez más, impulsarme a cumplir mis sueños. De no ser por ella y Alicia, su madre, yo no estaría aquí, en mi nueva ciudad, en mi nuevo hogar.

Todo sucedió muy deprisa. Gia, la mujer de Agus me contactó por mail. Yo la respondí en medio de la clase de matemáticas, el profesor me descubrió con el teléfono y me lo requisó hasta la hora de salida. Cuando sonó la última campana, indicando el fin de clases de ese día, Lara y yo corrimos hacia el despacho del director llevándonos a medio instituto por delante. Recuperamos el móvil y llamé por teléfono al número desconocido que me había llamado hasta en cinco ocasiones. Hablé con Agus durante veinte minutos y, sin pensar dos veces las consecuencias de mis actos, acepté. Esa misma madrugada, madre e hija me llevaron al aeropuerto, dónde cogí un avión que tenía por destino Nueva York.

Mis padres no saben dónde estoy, no creo que lo lleguen a saber porque yo se lo diga. Cada mañana sueño con contarle a mi madre lo que está teniendo lugar en mi vida, pero eso solo empeoraría la situación. Sería poner en peligro su integridad física si él llega a enterarse y es lo último que quiero.

En el fondo sé que mi madre sospecha desde aquel día, cuando llegué a casa y con una mirada, sin necesidad de hablar me invitó a escapar de allí.

—¡Sé que estás ahí! ¡Abre la puerta!

El berrido me pilla de imprevisto. Casi escupo la leche. Agarro el móvil, marco el número de emergencias y me acerco hasta la mirilla con un jarrón en la mano. Cuando guiño un ojo para mirar a través del agujerito de la puerta, le veo a él con una peculiar sonrisa y los ojos muy abiertos. Pongo los ojos en blanco. Pulso el manillar con nerviosismo. Entra en mi casa como si... ¡cómo si fuera suya!

—¿Te has vuelto loco? ¡Me podrías haber matado de un infarto! —Zack no parece darse por aludido. Sobre la mesa deja un plato repleto de tortitas y un bote de sirope de chocolate—. ¿Y eso? ¿De dónde lo has robado?

No me responde. Se sienta en la silla que ocupaba hasta hace unos segundos y yo le ofrezco café, pero declina mi oferta. Sin necesidad de usar cubiertos, baña su torre de tortitas de sirope de chocolate, enrolla una de ellas y se la mete en la boca. Lo veo tragar sin apenas masticar. Yo contemplo la escena con los ojos muy abiertos mientras uso el cuchillo y el tenedor para trocearla. Siento entre miedo y asco.

—¿En California no conocéis los cubiertos?

Enrolla otra tortita y se la mete en la boca. Parece hambriento. Muy hambriento. Tanto que señala mi plato una vez termina el suyo y antes de que pueda cederle mis tortitas ya tiene dos en la boca. Joder. Deseo tener su metabolismo.

—Ya que no tienes intenciones de compartir la comida, vayamos al grano ¿Qué quieres, Zack?

—Pasaba por aquí y he pensado... ¡Mi amiga necesita compañía! —se da cuenta que su respuesta no me convence y suspira—. Me he pasado por el buffet del equipo de grabación, les he robado una torre de tortitas, he comprado sirope de chocolate en el supermercado y he venido a desayunar contigo. De nada —su respuesta sigue sin ser convincente, mi ceja arqueada se lo confiesa. Que no haya probado las tortitas quizás tenga algo que ver, pero le da igual—. Anoche me acosté con Lily.

—¡¿QUÉ?!

Creo que me voy a desmayar.

—No quiero hablar de ello. Cómplices desde el primer día.

Nosotros Nunca [A LA VENTA EN PAPEL]Where stories live. Discover now