—¿Dónde te habías metido? —masculla. Intento dar una respuesta, pero añade—: Bah, no me importa. No te esfuerces en buscar una excusa que pueda resultar creíble. Necesito hablar contigo y con Dylan algo importante.

Dylan escucha su nombre y se da por aludido. A los pocos segundos lo tengo a mi lado. No le miro, pero noto el calor que desprende su cuerpo. Él está de brazos cruzados, con las piernas abiertas y la cabeza fija en un punto. Yo tengo las manos dentro de la sudadera. Aunque afuera es verano, dentro de la nave tienen el aire acondicionado a muy baja temperatura. Parece el Polo Norte.

La tentación me puede y la curiosidad me juega una mala pasada. De reojo observo su pelo. Los tatuajes que cubren su cuerpo ya no son los suyos, sino los del personaje. La primera vez que lo vi caracterizado fue tal la impresión que causó en mí que de pronto, volví a sentirme esa pequeña adolescente que deseaba ver su libro en librerías y poder dedicar su vida a lo que había salvado la suya, la escritura.

¿Qué sensación tendrá al tacto? ¿Será suave? ¿Áspero? Quiero hundir la mano en su pelo y descubrirlo. Lo hago. Ladeo la cabeza hacia él y frunzo el ceño. Agus apenas nos presta atención, está buscando un papel entre sus cosas. Dylan nota mi mirada e imita mi gesto. Me sonríe. Yo no lo hago. Hundo mis ojos en su pelo y alargo el brazo para acercarme a él. Con el dedo pulgar e índice en forma de pinza agarro un mechón y tiro de él con delicadeza.

—¿Qué haces?

—Tenías una arañita —miento.

—Haberla dejado vivir en mi pelo. Con suerte me convertiré en Spiderman.

—Con suerte, será de las no venenosas. De lo contrario, maldecirás haber nacido si te pica.

—Y dime, Natalia ¿Serías capaz de maldecirme a mí?

—A ti ¿Por qué? —pregunto, ofendida.

Me cruzo de brazos e imito su postura a modo de burla

—Mierda... creía que responderías a la pregunta con un monosílabo. Sólo tenías que decir sí o no... Una táctica ¿sabes? La suelo emplear cuando sospecho que la persona con la que estoy teniendo una conversación me está mintiendo.

—¿Por qué iba a mentir?

—No lo sé, dímelo tú. ¿Ya te han dejado de dar miedo las arañas?

No puede ser.

—¿Cómo lo sabes?

—Zack me ha contado que tuvo que dormir contigo en el apartamento porque tenías miedo de que saliera una araña gigante por el desagüe del baño... Ni que esto fuera Australia... ¡Estás en Canadá, morena! ¡Céntrate!

Es jodidamente insufrible. Lástima que no tenga una piscina a mano, le tiraría al agua sin pensarlo, si fuera necesario, yo iría con él. Daría lo que fuera por verle callado unos minutos. Eso significarán unos minutos en los que mi mundo no estaría patas arriba. En el fondo me gusta eso que hace cuando me intenta poner sobre las cuerdas, tensando todo lo posible para comprobar su aguante, pero no merece la pena reconocerlo. No quiero alimentar su falso ego, ni ser yo la que le diga que sé, sin apenas conocerlo, por la forma que tiene de relacionarse con el mundo, que esa coraza de macarra tan sólo oculta un corazón debilitado por el paso del tiempo. Alguien que no le teme al dolor, pasa por alto los factores que afectan al resto. Él no. Conoce la ansiedad, por eso no juzgó mi huida. Sabe cómo reprimirla, por eso me tendió su chaqueta de cuero cuando escondí el puño para clavar mis uñas. Ha aprendido a leer entre líneas, de ahí que fuera él y no otro el que me siguiera hasta el baño en casa de Lily. Todo lo que hace tiene un motivo, un porqué, una razón, aunque trate de hacer lo contrario. Quizás yo no puedo engañarle a él, pero él tampoco puede engañarme a mí.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now