La Magia del Cerezo

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Hablando con quienes ocupaban el banco, bajo el cerezo en ese momento, descubrimos una leyenda urbana que decía que la pareja que se besara sentada en ese banco, terminaría casándose. Me reí, pues yo conocía todo el origen de ese lugar. Y se lo relaté a Natalia. La historia del señor Kobayashi, la enterneció provocando que me abrazara y posando su cabeza en mi pecho. Hasta que cayó en cuenta.

—Y entonces —dijo ella—. Te besaste bajo este mismo cerezo con Lory.

El tono que usó se escuchó tajante y yo entrecerré los ojos.

—¿Otra vez celosa?

—No estoy celosa.

—De todos modos —repliqué tranquilo—, nunca nos besamos sentados en ese banco.

Escuchando eso la chica de la pareja que estaba sentada, se levantó

—Entonces aprovechen —dijo y nos cedieron el asiento.

Sonriendo, Natalia se sienta y tira de mí para que le acompañe.

—¿En serio crees eso? —pregunté.

—No importa si lo creo o no —respondió ella—. Lo que importa es que usemos ese simbolismo entre nosotros. Además, uno nunca sabe.

No estábamos completamente solos, pero eso no impidió que nos besáramos con toda la pasión que sentíamos. Natalia me gustaba más de lo que cualquier otra antes, solo el tiempo dirá, si la magia del cerezo dará resultado.

 Natalia me gustaba más de lo que cualquier otra antes, solo el tiempo dirá, si la magia del cerezo dará resultado

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Loryann

Durante la noche, me desperté de pronto y me topé con James mirándome.

—¿Qué haces? —le pregunté en un susurro.

—Cuidando tu sueño.

—Pues no hiciste buen trabajo. Me desperté.

—Cierto. Probablemente fue mi culpa, porque mientras te miraba, secretamente tenía el deseo de que despertaras para decirte que te amo.

Ahora sí que mi corazón dio un vuelco en mi pecho. Era pa primera vez que se sinceraba conmigo y en su mirada pude notar que su esperanza de que yo le correspondiera. «Loryann Ward»; apareció en mi mente. Puedo hacerlo. A pesar del miedo por el futuro, puedo amar a este hombre.

—Te amo, James —dije con firmeza y convicción.

—¿Sabes? —me dijo colando su brazo bajo mi espalda—. Charles Chaplin, tenía cuarenta y ocho años cuando le propuso matrimonio a Oona O'neill, de dieciocho, diciéndole: «Cásate conmigo para enseñarte a vivir y yo aprenderé contigo a aceptar la vejez».

Me reí de tan ocurrente proposición.

—¿Y ella aceptó? —pregunté por curiosidad.

—Ella respondió: «No Charles. Me casaré contigo para que me enseñes a madurar y yo te enseñaré a mantener tu juventud hasta el final».

Lo besé en ese momento. Ya no tenía dudas. Miedo sí, pero ninguna duda.

Pasamos unos días muy bonitos en los que me sentí la señora de la casa. Bertha venía todos los días para hacerme compañía y varias veces salimos de compras, mientras que James trabajaba adelantando proyectos en preparación para tomar su año sabático.

Katie iba y venía de la escuela y en las tardes le daba algunas técnicas de modelaje. Le compré ropa para que practicara y por su avance, pude notar que tenía buena disposición para la pasarela. Y con cada lección, le iba tomando cariño.

El sábado antes de que James y yo saliéramos para Estados Unidos, dejamos a James en la casa y por petición de Katie fuimos al salón de belleza en el que pidió arreglar su rojiza maraña de cabello irlandés.

—¿Estás segura? —pregunté—. Me encantan tus risos.

—Solo quiero tenerlo como el tuyo —respondió la chica.

—Bueno. Veamos —cedí—. Bien podemos volver a tus rizos.

Cuando llegamos a la casa, Katie traía puesto un gran sombrero tipo pamela para ocultar el resultado a su padre. Subimos a su habitación y ambas nos arreglamos.

Una hora después, James nos clama desde la escalera para cenar. Preparadas y sonrientes salimos al pasillo. Bajé primero para llamar la atención y que Katie sorprendiera.

James me veía descender los escalones con la mirada que esperaba. Callado y embelesado se mueve a un lado para recibirme ofreciéndome su brazo.

—¡Estás preciosa, cariño! —exclamó Bertha al verme.

—Definitivamente está hermosa —dijo James.

—Si eso creen, esperen a ver a Katie —comenté.

Expectantes, los hermanos se fijaron en la escalera. Pero la chica no aparecía.

—¡Ya puedes bajar, Katie! ­—grité.

—¡No se vayan a reír! —gritó ella desde arriba.

—Nadie se reirá —repliqué.

—Bien. Ahí voy.

Todos vimos a la joven más hermosa asomarse a la escalera. Descendió unos escalones con calma. Habíamos practicado mucho ese descenso.

Por su expresión, James parecía no dar crédito a sus ojos. Los rizos de su cabello habían desaparecido y ahora un sedoso velo rojo recorría por los lados de su cabeza, enmarcando su pálido rostro con sus ojos acentuados con un suave delineador y labios levemente maquillados en un rosa suave. Traía una blusa negra de manga larga y una linda falda corta de algodón, blanca en flecos. Y por supuesto, zapatos tenis nuevos también blancos.

Cuando llegó al primer piso, su tía se abalanzó para abrazarla.

—¡Divina! ¡Sencillamente divina! —exclamó Bertha casi a punto de llorar.

La chica se paró frente a su padre y lo miró esperando su expresión.

—Esta no es mi hija —dijo con el rostro serio—. ¿Qué hiciste con mi hija?

—¡Papá! —exclamó Katie.

—Estoy bromeando, querida —replicó sonriendo—. Estás hermosa.

James ofreció su otro brazo a Katie y ella se colgó de este para escoltarnos a la mesa.

Esa noche, la cena fue una amena, divertida y encantadora en la casa de la familia Ward.

Tres días después, James y yo abordamos el avión para Alabama, en donde otra reunión familiar se llevaría acabo.


Ladrón de Besos(Completa)Where stories live. Discover now