38: La persona en la vida del otro

Start from the beginning
                                    

Yo me volteo, mis manos en el escritorio provisional, mi cuerpo recostado de este pero con los ojos en Axer.

—Parece saber demasiado sobre mi trabajo, señor Frey. ¿Es fan de la editorial?

Él no pretende disimular cómo está al borde de una sonrisa.

¿Y este Axer, qué? Parece que me coquetea. De hecho, mira mis piernas más allá de la falda como si... Será mejor que no piense en eso.

—Nunca te he hablado de la editorial desde que llegué de España. ¿No será que...? Ah. —Asiento—. Hackeaste mi teléfono.

—Intervine un par de llamadas, nada grave. Y solo laborales. No me interesé en tu vida privada.

Abro la boca asombrada, pero no digo nada. Ya hasta parece natural su agresión a mi privacidad mientras estuvimos separados. ¿Qué voy a decir? ¿Que me ofende? Por los clavos de Cristo, no soy tan hipócrita, yo te le tenía un altar a su ropa íntima.

Lo miro. Él sigue con el filo de su mirada rozando mis piernas, yo las cruzo para contribuir a su imaginación.

Entonces se relame, sin él mismo ser consciente, y, Dios, en serio agradezco haber cruzado las piernas.

—Vámonos —dice, como volviendo en sí—. Creo que no hay nada más que discutir. Hoy mismo pago el depósito. Luego discutiremos la decoración y a partir de ahí vamos avanzando.

Salgo de mi estupor muy de golpe, mareada por el cambio en la atmósfera.

—No tienes que pagar nada —le aseguro—, es mi negocio.

—Considéralo mi regalo de compromiso.

—Pero, Axer... No tienes que darme un regalo de compromiso.

—Lo sé.

Entonces muerdo mi labio, y lo miro directo a los ojos. Está tan tenso como yo. Es como un depredador enjaulado, y yo la más masoquista de las presas. No sé si esta parte de ser secuestrada ya es el síndrome de Estocolmo, pero mi cuerpo no pide liberación, pide sentarlo en el escritorio y subirme a él.

Si no respira en los próximos treinta segundos, tomaré su silencio y lucha mental como un consentimiento para lanzarme a su boca y comerla.

Un carraspeo nos interrumpe.

¿Qué dejaría ver nuestras miradas y posiciones, como para que el agente inmobiliario se anunciara casi con una disculpa por romper el momento?

—Señor Frey, ¿qué le ha parecido el lugar?

Axer está hablando con el infractor a nuestra tensión, que resulta no ser el agente, sino su asistente. Estoy arreglando mi cabello, temerosa de que este calor repentino lo haya arruinado, y entonces alzo la vista.

Ese hombre... Es joven, como de mi edad. Su rostro y características físicas me arrastran a mi pasado, a mi época de estudiante cuando un día tranquila iba saliendo de mis clases y alguien muy parecido a él, junto a sus amigos, decidió hacer de mi tarde un infierno.

El olor a orina invade mi entorno, y tengo que recordarme que no es real, que él no está aquí. Que se ha suicidado, que los Frey se encargaron de ello. Pero vuelvo a sentir el líquido caliente chorrear por debajo de mi cabello.

Llevo las manos a mi nuca, y lo confirmo. Es sudor, me repito, pero no puedo no recordar cómo una vez no lo fue, cómo Julio y sus amigos me pateaban y se reían de mí, luego de haberme bañado del contenido de su vejiga.

Estoy de rodillas, temblando. Justo como en aquel momento. Y me veo las manos, porque necesito recordar que son otras, que la piel de la Sinaí que fue humillada ya no me pertenece. Pero las lágrimas no me dejan ver nada, así que hiperventilo, luchando por algo de oxígeno.

Nerd 3: rey del tablero [+18]Where stories live. Discover now