—Se recorre —dice como si nada—. Ya tenemos pizza.

Arón no cede. Tengo que ver la serie si o si al parecer, y ya volvió a sacar la carta del «si quieres ganar». Ya estamos acomodados frente a la tele de mi sala, sentados en unos cómodos pufes uno al lado del otro, con una caja de pizza y refrescos en el medio.

Él se encarga de teclear el nombre en el buscador y poner el primer episodio. ¡Duran casi una maldita hora! Son siete episodios. Yo estoy indignada, con los brazos cruzados; aunque a él no parece importarle mucho, más bien le causa gracia.

—Veremos uno solamente, con eso me basta para entender la premisa general —advierto yo, mientras en la pantalla el logo de Netflix aparece.

—Dos. Los demás se te quedan de tarea. —No cede.

Así, enojada, empiezo a ver la serie.

El primer cuadro es el de un hombre sudado y ensangrentado, respirando como si cada suspiro pudiera ser el último. Está en un lugar obscuro, como de noche, acaba de atravesar la última senda de su laberinto. Al otro lado ve a una mujer en el mismo estado que él, la mujer empieza a correr asustada, y él la persigue.

Entonces la toma se aleja. Esto que estamos viendo es un programa de televisión dentro del mundo de la serie. Nos muestran a un montón de personas reunidas en un bar observando el programa y haciendo apuestas por quién ganará o quién matará a quién.

Gana la chica, porque con su astucia logra deshacerse del hombre y en cuanto su compañera aparece del otro lado, se abrazan y se las da por vencedoras.

En el bar celebran y cobran sus apuestas. Desde allí, la cámara empieza a seguir a una mujer estadounidense que ronda los treinta años. Saluda con una sonrisa a una mujer con un puesto callejero de comida que le regala la sobras, nos enteramos de que se llama Fania.

La vemos caminar a casa en medio de la noche, las calles se ven desoladas y peligrosas. No son las calles desoladas del mundo real, sino que se ven más apocalípticas, como si la sociedad hubiese caído en desgracia hace años. A mí la sola escena me pone tan tensa que no puedo ni moverme, pero Arón se come su trozo de pizza como si nada.

Como es de esperar, algo malo pasa. A la chica la acorralan un grupo de tipos borrachos que le arrancan la ropa en una escena salvaje que no me atrevo ni a ver. La mujer debe ser una actriz increíble, porque me creo cada segundo de la escena y se me revuelve el estómago. Termino por taparme el rostro para no ver y porque una lágrima quiere colarse.

—¿Quieres que le adelante? —pregunta Arón preocupado, ya con el control apuntando a la pantalla.

—No, no. Estoy bien —respondo con un tono chillón, claramente no estoy bien, pero me gusta hacerme la fuerte.

Abro un poco los ojos. La mujer está medio desnuda e indefensa, pero a su alcance está la botella de cerveza rota de uno de los tipos. No quiero ver. Me volteo a un lado y escondo mi cara detrás del hombro de Arón.

—Voy a alentarle —decide.

Salgo a tientas de mi escondite, uso su cuerpo como barrera entre mis ojos y la sangre. Él le adelanta, pero alcanzo a ver las miniaturas. La chica toma la botella y se la clava en el cuello a uno de sus agresores. La sangre salpica la cámara del siguiente cuadro. Y la siguiente miniatura que distingo se ve a la chica en la cárcel.

Me asomo de un salto, ¿cómo que en la cárcel? ¿Por qué ella? Parece que incluso en la ficción la justicia es una mierda.

Entonces pasamos al otro protagonista de esta historia. Su nombre es Kiran, es de la India y debe tener treinta y tantos. Y si la chica tiene una historia trágica, este señor todavía peor.

Glitch: del amor y otros juegosМесто, где живут истории. Откройте их для себя