Volver al fuego

125 9 1
                                    

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

Inhalo.

Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez.

Exhalo.

No puedo. Me cuesta respirar. El pecho lo siento oprimido por una fuerza que desconozco. Los recuerdos se reúnen para anudar mi garganta, aguar mis ojos y hacerme saber que sigo sintiendo.

Extraño muchas cosas: mis libros, mis dibujos, mis pinturas, mis apuntes, mi frazadita de nombre bonito y de la que no me separé desde que nací hasta ese día que... ese día que perdí algo de mi identidad.

No quiero que tú, lector, sientas lástima leyendo esto, porque es lo que detesto. Lástima. Pero, creyendo que no lo harás, voy a revelarte lo que nunca quise contar más por dolor que por pereza.
Ya hace veintidós meses que vi las llamas consumir todo lo que amaba. Hace más de un año y tantos días fue que desperté al sentir un calor (que no era propio del verano) abrazar mi cuerpo. Mi corazón paró por unos segundos cuando vi un rojo intenso colarse en mi habitación. Ese era el calor, fue lo único que pensé antes de bloquearme completamente.

Gritos que solo escuchaba aturdida.
No supe en qué momento fue que la mano de alguien agarró la mía en la oscuridad y me llevó hasta el frío de la madrugada. El asfalto, también frío, recibió a mi desvanecido cuerpo. Cuando desperté gracias al alcohol que alguien estaba pasando por debajo de mi nariz, deseé que todas mis lágrimas fueran suficientes para apagar el fuego y las explosiones. Deseé que el dios en el que creo me demostrara que estaba ahí y parara aquella pesadilla.

No. No. No. Repetía mientras quería deshacerme de los brazos que me sujetaban en medio de la calle y entrar de nuevo al que más tarde sería los restos de mi hogar.

Quise entrar a buscar mis cosas, no me dejaban. Grité por la única gata que se animaba a dormir conmigo y que por fortuna pudo salir viva. Pero así como ella, quise que todo lo que me importaba cobrara vida y comenzara a correr antes de convertirse en cenizas.

- ¡Suéltenme. Tengo que buscar mis cosas! -Nadie me dejaba ir. Los bomberos no llegaban y cuando llegaron, no tenían agua. Los maldije una y mil veces, luego me arrepentí-. ¡Mamá. Mamá! ¡Tato. Tato! -Me dijeron que estaban bien. Ella en shock. Él, ya viejo, intentando rescatar algunas cosas con los vecinos por la puerta de atrás.
Todos los de la cuadra me rodearon. Me pregunté por qué me miraban de esa manera, por qué con esa lástima en sus ojos.

-Todo va a estar mejor, hija -había dicho mi madrina.

-Se van a levantar otra vez -dijo alguien más.

-Esto es otra prueba del señor -¿Acaso nadie podía hilar alguna oración menos estúpida? ¿Donde estaba Dios en ese momento? No lo vi esa vez, tampoco años atrás, y no lo veré en un futuro porque se fue con las cenizas de ese enero. Pero aún así, todo lo que me decían era: Dios sabe lo que hace. ¿Sabes cómo se siente? No. Ellos no lo entendían: no era una maldita prueba, era un castigo. De hecho, quise creer que fue mi culpa por haber renegado de un supuesto dios que, hasta hoy día, no me demostró nada más que indiferencia. Pero ellos no saben. Nadie sabe cuánto lloro por volver el tiempo atrás y rescatar los tesoros que no me dejaron agarrar porque ya no había nada que hacer. Ya estaban siendo consumidos por el huracán de fuego que me desgarró el alma.

No eran joyas. No era dinero. No eran ni mi computadora ni mis pocas prendas de marca. Eran mi vida. Eran etapas que tenía documentadas desde siempre y que repasaba de vez en cuando para recordarme errores y mejorar lo que ya estaba bien. Eran pedazos míos en trozos de papel.

Un año entero no leí, tampoco volví a las acuarelas. No escribí y no me cuestioné. Me convertí en lo que juré nunca sería: una simple persona que vivía para trabajar, dormir y comer. Ya no tenía aventuras, ni le encontraba poesía a todo. Estaba/estoy apagada.
Aún así nadie lo nota.

Nadie sabe que entre sueños todavía busco aquel pedazo de tela con el que me dormía abrazada por la seguridad que me transmitía y que lloro al recordar que solo son cenizas que ni siquiera pude distinguir entre los escombros.

Y así paso los días, lector: deseando volver el tiempo atrás y no para tratar de evitar el accidente, sino para adelantarme a todo y poner a salvo lo poco que durante mis veinte años cuidé y guardé con cuidado en espacios que creé exclusivamente para ellos.

Todavía pienso. Todavía siento en la piel ese calor. Lo siento en mí, y no sé cómo carajos hacer que salga de mi cuerpo y de mi mente. Nada me ayuda; ni terapias, ni medicinas, ni oraciones. Abandoné toda esperanza de recuperar algo del yo que fui y que se fue con ese incendio.
No digo que siempre será así, pero ya sabes que uno, al perderlo todo, nunca recupera lo mismo.

Enero pasó de ser el inicio de un nuevo año a una maldición. El maldito enero. El enero en que todo lo perdí y que aún recuerdo con tristeza.

🖤

Tengan una parte de mí. Muchas gracias por tanto apoyo ❤️💕❤️💕❤️❤️💕❤️💕

Volver al fuego ©Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora