Verso 1: No hay lugar al que volver.

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"La mariposa revolotea
como si desesperara
en este mundo"

Kabayashi Issa

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Escuela Akademgorodok, distrito de Svyatoy Grigoriy, Novosibirsk-Rusia (mediados del verano de 1992):

Elena Krupskaia, profesora de geografía y maestra a cargo de la clase 2 de penúltimo año, avanzó en medio de los sonidos de los grillos cuando ya la noche había caído sobre la región, fresca y algo escarchada, fiel a su clima del año en un verano típicamente helado, se acomodó la cartera de un brazo y cruzó el sendero en dirección al estacionamiento ubicado 800 metros más allá del edificio de aulas. Fue ahí cuando llegaba al cruce de senderos, que sus ojos se enfocaron en un extremo del antiquísimo edificio de más de 600 años que en la fundación de la escuela había sido una zona de artesanías, lugar de estudio agropecuario y bodegas de almacenamiento de alimentos, como granos y vino en la época de Iván III. Actualmente clausurado por peligro de derrumbe, era un lugar que estaba prohibido, sobre todo para los estudiantes, no obstante, era frecuente que los adolescentes más rebeldes incursionaran en esa construcción con fines variados, pero del modo que fuera, para nada correctos. Krupskaia apretó los labios y resopló, no era primera vez que eso pasaba y ya tenía una idea de quién podían ser los infractores, por lo que sacando una linterna de su cartera, puso rumbo hacia el viejo edificio.

—Salgan. Dije que salieran —exclamó la profesora cuando llegó ante uno de los salones que habían sido para destilar el vino—. ¡Salgan! ¡¿Dejaron de jugar, mocosos?!

Ella siguió avanzando hasta que un cuenco metálico salió rodando de uno de los salones y chocó con el muro contrario del pasillo, Krupskaia le alumbró con la linterna hasta que el recipiente dejó de ondular, tras eso resopló y se giró hacia el salón del cual había salido. Avanzó hacia el interior y vio otro cuenco repleto de cenizas y rastros de papel, también habían cerca de una mesa un par de botellas de cerveza.

—¡¿Ya terminaron de jugar?! —gritó la profesora pateando ese otro cuenco y mandándolo hacia el corredor—. Si no salen los sancionarán. ¡¿Tienen miedo de salir?!

La mujer soltó una pequeña maldición entre dientes, alumbró la sala una vez más, viendo las viejas mesas y sillas, los barriles y los frascos enmohecidos que siglos atrás habrían usado los bodegueros, entonces desistió y se giró para ir en otra dirección... Solo que el sonido de la madera al abrirse la volvió a detener. Al girarse vio que la puerta de un mueble relativamente nuevo, seguramente no tendría más de 10 años y adivinó que era uno de los tantos mobiliarios que al ser dados de baja habían sido acopiados en ese edificio por la escuela.

—Yakumo Sakai, ¿eres tú? Sophia Baker, se qué están ahí —la maestra avanzó en pasos más amplios, manteniendo el haz de luz en las puertas de aquel mueble—. Salgan —esperó unos segundos, la madera del mueble crujía—. Dije que salgan.

Ella respiró hondo, había comenzado a irritarse, así que una vez ante las puertas del mueble, colocándose la linterna bajo un brazo, abrió de golpe ya lista para una nueva reprimienda... No obstante, el interior de aquel destartalado ropero estaba vacío.

—Basta de trucos... —masculló entre dientes la profesora. Se giró dando la espalda al mueble y volvió a alzar el haz de luz hacia la extensión del salón—. Yakumo Sakai, Sophia Baker, ¡salgan ya! ¡Se que son ustedes dos!

Elena Krupskaia avanzó un paso, le había parecido ver algo moverse en una esquina de la sala... pero entonces todo se hundió en la desesperación... Unas manos le habían aferrado con fuerza los hombros y llevado al interior del ropero sin poder oponerse, un grito desgarrador salió de su garganta y luego... solo fue dolor. 

Memorias de equinoccioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora