CAPÍTULO II✒️

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Sandra era quien se encargaba de la limpieza en el colegio. Apenas llevaba una semana desde que le dieron el trabajo, y según había escuchado por otras lenguas, había sido recomendada por su antecesora. Sandra era muy joven y alta. A juzgar por su apariencia, no superaba los veinticinco años, pero su mirada carecía de lo que su largo cabello de color caramelo presumía. Brillo. Firmeza. Vestía unos jeans celestes con rasgaduras que dejaban expuestas sus huesudas rodillas y un polo plomo con el que siempre trabajaba. Muy rara vez se le podía ver manteniendo una conversación con alguien. Su voz, una diminuta composición de notas apenas audibles y temerosas.

- Buenos días -me adelanté.

- Buenos días profesor-respondió con un suave tono a medida que terminaba de pulir los bordes acerados del caño.

Acomodé mi maleta y me dirigí al lavadero que estaba a su derecha, y antes de girar la perilla, me dirigí nuevamente a ella a modo de confesión.

- Sandra... -comencé de nuevo -déjame decirte que me asustaste, por si no te diste cuenta.

- Lo siento, profesor. -volvió a responder sin inmutarse.

- ¿Cómo es que puedes trabajar así? -pregunté a medida que la luz dejaba entrever unos trazos finos y cicatrizados sobre su antebrazo.

- No lo sé, quizá sea la costumbre.

- ¿A qué te refieres con que sea la costumbre? -dudé si estaba obligándola a responder, pero antes de decidir si continuar o no, se limitó a encoger los hombros y respondió con su mismo hermetismo.

- Prefiero lugares con poca luz o casi nada de luz.

Si alguien más se encontraba en ese lugar y en ese momento, el tono de su voz no hubiera alcanzado para ambos. A duras penas y el eco hacía su trabajo con el mayor esfuerzo. Decidí no interrogarla más. Abrí la llave y enjuagué mi rostro con el frio del agua, y pensé en salir lo más antes posible.

- Bueno Sandra, todo un salón me espera -mentí. -Nos vemos.

Para entonces, su silencio ya podía interpretarse como una respuesta. Mientras regresaba por el pasadizo sequé la humedad de mi cara y de mis manos con una pequeña toalla de aseo que llevaba en la mochila. Tuve la sensación que Sandra estaba observando mientras me alejaba. Camine hacia la puerta con ganas de dejar ese mal rato encerrado en aquel lugar. Tome la manija y jalé, pero antes de salir, entonó con esfuerzo su petición.

- Apague la luz, por favor.

No respondí.

Voltee y me quedé mirando por escasos segundos el fondo. Inquietado, intentaba comprender qué sucedía con ella. Sentía que algo andaba mal. Sin prestarle más atención apagué la luz y noté cómo el baño era devorado nuevamente por la oscuridad, y en ella, a Sandra.

El profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora