Marea

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La marea sube. Es un hecho innegable, como también lo es que volverá a bajar, que la tierra gira alrededor del sol y que tú ya no estás aquí. Son eso: hechos. El cigarro también; es un hecho material que ahora esté recostado a esta cerca, fumando un Marlboro y observando como la marea sube. Sí, volví a fumar. Total, ya no estás y no puedes reprochármelo. Suelto la colilla, me muerdo el labio inferior con disgusto; ¿¡qué importa que no estés?!

   Bajo hasta la arena y me siento sobre la roca de costumbre. La marea sube, el sol se esconde y yo no logro encontrarme. ¿Es posible perder de vista el interior de uno mismo? Creo que sí; o, tal vez tenemos tanto dentro, que no hallamos espacio para la verdadera contemplación del ser. Desde que no estás, aquí dentro hay demasiadas cosas y a veces siento que estoy a punto de estallar. Y, sin embargo, no llega el momento de la explosión; no hay llanto, no hay nada... y hay de todo.

   Tal vez deba levantarme, la marea sube y ya casi alcanza mis pies descalzos (he querido sentir la arena en la planta de los pies). Pero, no importa; tú te habrías descalzado igual y corrido mar adentro hasta que el agua te llegara a las rodillas; ¿por qué no mojar mis pies en tu honor? El sol ya se ha puesto, el cielo tiene aún una pequeña franja naranja allá en el horizonte... ¡Clic! He hecho una foto, tú lo hubieras hecho; aunque seguramente la calidad de tu fotografía habría superado, por mucho, la mía. No soy buen fotógrafo. El agua está aún cálida. Sí, ya se mojaron mis pies.

Ya es hora de marcharme, el cielo y el mar ya no pueden distinguirse en el horizonte; arriba, las estrellas me ponen más nostálgico, si cabe. Es cuestión de recuerdos; ya no de hechos. Tu ausencia queda acentuada por los recuerdos que mi mente se niega a borrar; parece que estás aquí; en cualquier momento podrías tomar mi mano. Y luego miro a las estrellas; no estás, ni siquiera en ellas... Yo no soy piloto y tu no eres El Principito, aunque sí fuiste mi princesa.

   Llego a casa, veo tu sillón y desvío la mirada; no soy capaz de sacarlo del salón. ¿Debería? Ella me recibe, me abraza. Siento su dolor, ahora debo ser fuerte; por eso he ido antes a la playa. ¿De qué otra forma podría ser vulnerable con total libertad? A ella no puedo soltarla... Pasamos de largo tu habitación; no podemos entrar; todo debe estar justo como lo dejaste... Tal vez, la laptop ya no tenga batería, pero ese sería el único cambio.

   ¿Por qué evitamos llorar? ¿Por qué, simplemente, no rompemos en lágrimas hasta que la presión se vaya? Quizás, nos da miedo quedar vacíos; quizás es miedo de no saber cómo parar luego; o miedo a deshidratarnos. A veces la pena es muy grande y fuente inagotable de llanto. Eso asusta: comprender la magnitud del sufrimiento, o al menos acercarse a tal comprensión...

   Su voz interrumpe mis pensamientos; la escucho hablar de ti. Tiene un nudo en la garganta que vuelve su voz más aguda; eso y lo que me recuerda: la forma en que solíamos bailar, resquebraja mi dique interno. La dejo hablar, es su forma de vaciarse; yo la abrazo. Cada recuerdo es un golpe de martillo: la presión parece aumentar, pero no, es solo que mis barreras se agrietan. Se ha preocupado, he empezado a sollozar. Lo siento... Lloro.

   Me vuelvo niño otra vez. O no, un niño llora por otras razones y olvida facilmente... Lloro; ahora ella me abraza. Es fuerte, mucho más de lo que uno espera... Lloro como pensé que ya no podría hacerlo jamás. Pero tú no entenderías, intentarías calmarme... ¡Cuánto daría por que pudieras hacerlo! Pero no estás y, este llanto, del cual ahora ella se hace eco, es cosa de padres.


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Ya me dijeron que estoy muy dramática últimamente 😅. Pero supongo que cuando la historia quiere ser contada, es difícil evitarlo.

Espero que les haya llegado la historia y que tengan linda semana. 💕✨

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⏰ Última actualización: Sep 26, 2023 ⏰

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