Capítulo 1

751 139 16
                                    

La niebla abrazaba las esquinas de las calles londinenses. Espesa que apenas podía verse las formas de cada ser viviente o estático que había. No era de extrañar si ese manto grisáceo pareciera salir de las fauces del lobo. O de esos cuentos que hacían llenar los sueños de pesadillas a los más inocentes. O eso pensó Madeleine al pasar por delante de una de las ventanas de la mansión. Debía retomar sus tareas si no quería que la señora Watson la regañara por estar perdida en las musarañas. Si no fuera porque fue alertada por el sonido de los cascos de los caballos atrapando su curiosidad, sabiendo que en esa casa se recibía pocas visitas, habría continuado por su camino. No fue así.

A la señora que cuidaba, lady Clarkson, tenía pocos familiares que vivían en Escocia. Dichos familiares habrían intentado avisar de su llegada. Así que la aparición de ese carruaje no fue prevista para la joven que estaba al tanto de los movimientos de la casa. Como de sus secretos. Solo le bastó menos de tres años, de los que estaba, para conocerlos. Se acordó de que debía llevar el té a la anciana. Si no llegaba antes, se le iba a enfriar, mas se le enfrió otra cosa que no fue el líquido caliente que había en la tetera. Fue su corazón que lo reconoció al verlo salir de la puerta del vehículo. Fue su corazón, porque su mente se negó a creerlo lo que estaba viendo. Pese a la niebla se podría vislumbrar su brillo oscuro, negro como el ébano de los sementales que respiraban enfurecidos. No se fijó el visitante de su observación, ni siquiera levantó la mirada hacia las ventanas donde estaban las cortinas echadas a un lado.

Se apretó la bandeja, tanto que notó el incómodo metal clavársele en el torso.

- Tranquila, Madeleine. No es él. Además, si lo fuera, sabes bien que no tiene ninguna relación parental con la señora.

Chloe Clarkson era una abuelita adorable, cuyo corazón fue tan noble que permitió que una joven echada a perder fuera su doncella. Sin embargo, él podía echarlo a perder si ponzoñara con su odio el corazón de la anciana. Ansiosa fue hacia la salita, olvidándose o intentando olvidar a ese extraño que no lo era para no derrumbarse de pie. Llegó hasta la salita justo en el momento que fue anunciado.

- Menos mal que has llegado, Maddy. Tenemos una visita importante.

Quiso responderle con una sonrisa, acompañándola por su entusiasmo, mas no pudo. Estaba como si de repente no estaba en su cuerpo, si no, era una espectadora de una obra de teatro que se estaba desarrollando sin ser capaz de detenerla.

- Depende de cómo salga la reunión, puede que tengamos algo muy pronto que celebrar.

El mayordomo, el señor Travis, anunció su llegada. No hubo dudas; era él, lo que le causó un terremoto debajo de sus pies, aunque no hubo temblores de la tierra.

No la miró cuando fue a saludar a milady, que estaba encantada de recibir cierta galantería masculina que no estaba acostumbrada a recibir. En cambio, la joven sintió que perdía el aliento. Si su memoria había grabado cada detalle de quién fue su amigo, ahora que lo veía, se dijo que lo había recordado mal. Su recuerdo no le había hecho justicia. Era como si lo hubiera dibujado mal en su mente, seguramente para no recordar el daño hecho que le había causado, para no recordar lo atractivo que había sido.

Era demasiado perturbador.

No era aquel joven de rasgos principescos y angelicales, porque años atrás había sido un ángel resplandeciente sin necesidad de tener unas alas o un halo encima de su cabeza, con sus rizos dorados y ojos azules. Había sido un partido codiciado pese a que había sido el hijo bastardo del marqués de Sorella, este al no tener más hijos, lo declaró como su hijo legítimo y heredero universal de todos sus bienes y propiedades.

El presente se hizo añicos cuando la voz de Chloe le pidió que sirviera el té para ella y su invitado.

- Espero que no haya sido largo el trayecto. Tengo entendido que quiere hacer un viaje a Escocia...

Fue en ese instante cuando se dio cuenta de la intención del visitante. Lo miró con los ojos abiertos y este se mostró impertérrito a su mirada.

Fue despiadadamente frío.

Lo rechazaste.

No lo volvió a mirar más, no la había reconocido o fingió no reconocerla, lo que era peor, porque había sido claro su desprecio desde que entró. Debía aprender la derrota.

Sólo quiso irse de allí y llorar en su cuarto. No había llorado ninguna lágrima cuando fue consciente de la dura realidad. No lo iba a hacer ahora por haber perdido un buen amigo como él lo fue con ella.

La anciana sabiendo que el tema iba a ser un tanto privado para ciertos oídos, la despachó. No lo miró cuando salió de la estancia. Tampoco él fue pendiente de su salida.

Una hora después lo vio subirse dentro del carruaje para luego perderse entre la niebla.

- ¿Es verdad que se casará con la señorita Isabella?

- Pues parece que sí... Ha venido precisamente para hablar con la señora. Es tan apuesto. ¡Qué gran dicha tendrá la señorita al tener un marido así!

Oyó detrás de su espalda. Se notaba que no estaba merodeando la ama de llaves, si no, no estarían murmurando como un par de cotorras entusiasmadas ante el nuevo chisme.

Apoyó la frente en el cristal, un rato más, mirando a la nada.

Atado a ti (borrador)Where stories live. Discover now