Nivel siete: El sillón

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—Vives en un piso quince —me quejo y recibo el vaso.

—Tampoco me gusta mucho, pero solo aquí tenían disponible el departamento del fondo del pasillo. —Toma asiento en el otro extremo del sillón.

—Ya.

En serio, ¿Aaron odia a la gente? ¿Tomar el departamento del piso quince y tener que subir escaleras todos los días solo por tener un vecino menos en el costado?

—¿Empezamos? —dice él ofreciéndome un control.

Se ha quitado el cubrebocas. No estoy muy segura de poder concentrarme así.

No me hubiera dado cuenta de que ya han pasado cuatro horas desde qué llegué, de no ser porque Aaron puso una alarma

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No me hubiera dado cuenta de que ya han pasado cuatro horas desde qué llegué, de no ser porque Aaron puso una alarma. Cuando me dijo que se absorbía al jugar, yo aseguré que podría ser la parte responsable esta vez. Resultó que ambos estuvimos tan metidos en los juegos que ninguno de los dos pudo ser el que le dice al otro cuando ya fue demasiado.

Digamos que no ayuda que las cortinas sean pesadas, ni la iluminación tenue de la sala. Le da un aire atemporal, como si entraras a una cápsula del tiempo.

No voy a convertirme en experta de un día a otro, lo sé, pero lo que pasa con Metal Slug me quita un poco las esperanzas de que voy a ser buena algún día. Aaron me muestra el final del primer nivel, porque yo no logro llegar ni a la mitad sin morir. Él dice que mi problema es que los enemigos me ponen nerviosa y muevo mi cuerpo en vez de mover al avatar, como si me fueran a atacar de verdad.

Otra cosa que aprendo y contribuye a que el tiempo vuele en esa habitación, es que ver a Aaron jugar es realmente... hipnotizante. Hay algo muy satisfactorio en observar como una persona se pasa los juegos con la facilidad de un bot. Casi quiero arrancarle el control de las manos a media partida para asegurarme de que en verdad está jugando y no se trata de una grabación.

Ahora entiendo por qué tanta gente lo ve. Es como esos videos en los que cortan jabón en cuadritos perfectos.

—Listo —Da por finalizado el nivel, como si no fuera la gran cosa.

—Definitivamente tienes que ser un robot.

Ahora que no tiene ese trozo de tela cubriendo sus bonitos labios, puedo decir que estos forman una curva casi imperceptible.

—Lo he jugado como mil veces, no me salió así la primera vez.

—Pues parece que sí. O sea, das esa sensación. Enséñame a verme así de genial jugando —pido. Me acomodo con el control entre las manos y la espalda recta tratando de imitarlo—, a aparentar que tengo todo bajo control.

—Hm —reflexiona—. No, mejor no.

—¿Qué? ¿Por qué? Se supone que seas mi maestro.

—Porque la clave es no sonreír y eso en ti sería un desperdicio.

Glitch: del amor y otros juegosWhere stories live. Discover now