Mierda. Odiaba que mi sistema aclamara solo su nombre, e iniciaba a agradarme la forma maliciosa y lujuriosa con la que solo se dedicaba a mirarme con toda su exclusividad. Como si solo yo existiera ante sus ojos.

No obstante, cuando la escena de nuestro primer beso en un momento muy inoportuno se posicionó ante mis ojos cansados, el recuerdo me recorrió la piel como una descarga, fluyendo bajo mi tez y tiñendo mi rostro en un rojo intenso. Rocé mis yemas en mis labios, volviendo a sentir muy levemente la evocación de su deseo enterrándose en mi blanda piel y acumulándose en diversos sectores de mi anatomía. Mis dedos recorrieron la circunferencia donde su magna y dócil mano había presionado sin inhibir mi respiración, haciendo memoria de cada sentimiento inconsciente hasta apretar mis muslos bajo el computador portátil.

Pero, pese a que podía seguir recordando, suspiré calmando mis emociones. Deshaciéndome de los audífonos, tras oír repetidas veces la música estridente que resonó en el club nocturno, el silencio ensordecedor de mi habitación me desestabilizó. Deslicé la computadora de mis muslos, apartándola sobre las sábanas blancas de la cama para poder estirarme a gusto, intentando olvidar todos los pensamientos que posicionaban su nombre como prioridad.

Para su mala suerte, su predicción había fallado divido a que la vergüenza por todo lo que había vislumbrado en la grabación se recapitulaba en mi mente sin descanso. Además, cuando recordaba cómo me observaba el público, el pudor me esfumaba cada pequeño sentimiento de necesidad por tenerlo a mi lado hasta normalizar mi sistema.

Era de tarde, y una hermosa brisa acariciaba mis persianas para ingresar al interior del cuarto. Al salir de las sábanas cómodas y posicionar mis dedos en el umbral para sentir el calor primaveral, el interior oscuro de la habitación de Bastian me daba la bienvenida como todos los días al ser mi primer impacto visual.

– ¿Otra vez no está en su casa? – modulé con calma.

Curvé una ceja, extrañada. Todo su interior permanecía en una soledad taciturna que disgustaba, en penumbra y sus muros internos olvidaban como el sol las penetraba a través de los cristales, generándome deseos de revivir su estructura como lo había sido cuanto tan solo era una niña.

Con el correr de las semanas me había percatado de él que no frecuentaba su vivienda mucho tiempo, y si lo estaba, el lapso era escaso, como si se tratase de un albergue transitorio y no un sector el cual descansar a gusto. Solía permanecer más tiempo afuera en algún lugar que desconocía que merodear por su casa a medio reparar, y me generaba curiosidad lo que podía estar haciendo en este instante.

Había trascurrido un par de días desde la última noche en que lo había visto en el club, y luego de obtener mis filmaciones y notar su desaparición del escenario, le envié un mensaje de agradecimiento, soslayando el pudor que me generaba escribirle unas simples palabras amistosas, y con su respuesta recalcando que me fuera del lugar, así como prometiéndome que me vería pronto, su presencia se desvaneció.

Observé la pantalla de mi teléfono encendido, y corrí a mi bandeja de correos, enseñándome nuestros últimos mensajes intercambiados. Quería volver a intercambiar palabras con él sin que los nervios acaloraran mis mejillas con el recuerdo de nuestros labios colisionando, pero al mismo tiempo no quería hostigarlo con la excusa de que necesitaba seguir grabando sus tiempos y sus actividades diarias.

No pretendía ilusionarme, pero no podía evitar pensar en él en los momentos menos inusitados. Ambos habíamos hecho un trato, y Bastian solo había aceptado un favor a mi terquedad por no acceder a otro asunto de interés para documentar. Estaba haciendo todo lo posible para que las filmaciones y los sentimientos se sintieran reales tras la pantalla, exactamente como lo debe hacer un actor, e intuía que sus actuaciones generaban algo más allá de lo que quería informar.

Detrás De Cámaras ©Where stories live. Discover now