Capítulo 16- Rompiendo cadenas

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Cassandra experimentaba una inquietud persistente y un nerviosismo creciente en los últimos días

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Cassandra experimentaba una inquietud persistente y un nerviosismo creciente en los últimos días. Ya habían transcurrido dos meses desde su último encuentro con el príncipe George. Los recuerdos de su ardiente pasión compartida con George la habían acosado sin piedad, y a pesar de sus intentos por desterrarlos de su mente, un inquietante presentimiento la asediaba, indicándole que algo estaba fuera de lugar.

La señora Danvers persistía en su meticulosa rutina de inspeccionar las sábanas cada mes, escudriñando en busca de cualquier indicio de manchas. Cassandra era consciente de que sus periodos habían disminuido significativamente en comparación con tiempos pasados. Sin embargo, sabía que era un secreto que la señora Danvers no podía mencionar. Al parecer, mientras hubiera rastro de manchas, todo parecía estar en orden. Después de esos dos meses, la señora Danvers, además, parecía haber relegado casi por completo el incidente de aquella noche en la que ella había desaparecido. 

Pero Cassandra no. 

Cassandra, que en los últimos dos meses había rechazado de manera abierta todos los intentos de cortejo por parte de otros caballeros, se había ganado la desaprobación de su tía y había desatado la ira de su padre. Todos eran conscientes de que esa temporada era su última oportunidad de asegurarse un matrimonio adecuado antes de que la ausencia de su madre se convirtiera en un hecho ineludible dentro de la sociedad.

 Nadie parecía entender su firme negativa.

Pero, ¿cómo corresponder a otro hombre cuando su corazón le pertenecía a George de Inglaterra? Sería incapaz de ni siquiera sonreírle a alguien más con coquetería. Eso sería una injusticia y una hipocresía por su parte hacia el caballero inocente y una traición al hombre que le había prometido que «se verían pronto». 

Esa promesa, por supuesto, se estaba difuminando con el tiempo. Y el voto de confianza que le había dado al príncipe George era cada vez más débil. Se sentía sola y desamparada. 

No quería sentirse abandonada. Todavía no. Era un sentimiento que había odiado sobremanera los primeros meses de ausencia de su madre. Se había sentido abandonada por ella y no le había gustado nada. No quería ser una víctima. 

Se negaba a compadecerse de sí misma. 

El dilema residía en que Cassandra, siendo la dueña de su propio cuerpo, tenía una certeza interior de que algo no iba bien, más allá de la falta de palabra y compromiso del príncipe George. Su manchado había disminuido de manera drástica, limitándose a unas pocas gotas, pero también cada mañana se sentía más mareada que la anterior. Y la señora Danvers se veía obligada a apretar un poco más el corsé para obtener la misma cintura de siempre. Claro, la doncella la había reprendido por su supuesta glotonería, pero ella sabía que apenas comía desde que su madre se había ido.

No sabía nada sobre lo que se necesitaba para engendrar un niño. Nadie se lo había contado y los libros que había leído apenas le habían dado una pincelada. Pero lo estaba descubriendo por sí misma. 

El Diario de una CortesanaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz