Capítulo 13-Sombras de pasiones prohibidas

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La entrada al Palacio de Kensington se hallaba protegida por una puerta de metal imponente, una majestuosa barrera que separaba el mundo común de la realeza. Decorada con detalles dorados que recordaban a alas y coronas, dos soldados la custodiaban con firmeza. El carruaje no necesitó detenerse, pues las puertas se abrieron justo antes de su llegada. 

Los nervios la azotaron cuando las luces de la entrada al Palacio iluminaron el interior del carruaje. —¿Qué pretende? —preguntó ella, incapaz de quedarse callada por más tiempo. 

—Quiero enmendar este error —replicó él con frialdad, justo en el momento en que un lacayo uniformado con un traje rojo abría la puerta. Era un lacayo real. Cassandra solo los había visto en el Palacio de Buckingham, durante las fiestas de presentación a la Reina. Si la vio, el hombre no hizo el más mínimo gesto ni actitud. Más bien, parecía que ella solo fuera una sombra el príncipe George, completamente invisible. 

Entró ayudada por el príncipe, sin necesidad de subir escaleras. El Palacio de Kensington no tenía peldaños en la entrada. Allí había vivido la mismísima Reina Victoria antes de ser coronada. La entrada al Palacio de Kensington era una visión de elegancia y esplendor. Dos majestuosas columnas de mármol blanco enmarcaban el acceso principal, sosteniendo una estructura de piedra tallada que se extendía por encima de la puerta. Esta entrada estaba coronada por un frontón triangular decorado con detalles esculturales que rendían homenaje a la historia y la realeza.

—George, pensé que te hospedabas junto a Lord Londonderry en una de las casas del centro —los sorprendió una mujer con bata, en mitad del vestíbulo. 

A Cassandra le resultó imposible identificar a la mujer. Sin embargo, su apariencia denotaba que estaba en una etapa avanzada de la vida, descartando la posibilidad de que fuera una de las hermanas menores de George. Iba con un gorro de dormir. Y sus ojos eran grandes y azules. No tenía una expresión severa en su rostro, ni siquiera tenía expresión alguna. Era bella, pero, a simple vista, parecía una mujer con mucho saber estar y nada de personalidad. 

—Necesito hablar con padre. 

—Está en Cambridge Cottage —fue todo lo que dijo la señora antes de que George saliera del Palacio, y Cassandra le siguiera los pasos. 

—¿Puedo preguntar quién era? —inquirió ella, en cuanto volvieron a subir al carruaje, en dirección a Cambridge Cottage, al oeste de Londres. 

—Mi madre. 

¡¿Qué?! Cassandra no podía creer que acabara de estar frente a la princesa Augusta de Hesse-Kassel. Aunque no sabía si tenía mucha relevancia, puesto que ella ni siquiera la había mirado.  

—Príncipe George —inició Cassandra, mientras escuchaba las campanas que marcaban las tres de la madrugada, y tenía la certeza de que en su casa se habría desatado una búsqueda frenética—. Creo que merezco una explicación sobre sus intenciones —pidió, recuperándose de la confusión, de la pérdida de su virginidad y de todo lo que había experimentado en el jardín de los Bruyn. Ese momento de vulnerabilidad tenía que quedar en segundo plano hasta que estuviera segura de lo que aquel hombre pretendía.

—Ya se lo he dicho, lady Colligan, pretendo enmendar mi error. 

—¿Considera un error lo ocurrido entre nosotros, Su Alteza? 

George dejó de observar por la ventana y dejó caer su mirada en ella. Sus ojos eran tan inescrutables como los había percibido la primera vez que se encontraron. Rozaban el gris, muy lejos de ese color castaño rojizo que había mostrado en la caseta del jardín, cuando la había hecho suya. 

—¿Usted no, miladi? 

Cassandra abrió los ojos con sorpresa. No había reflexionado sobre sus acciones. Se había entregado a él sin detenerse a pensar si estaba haciendo lo correcto, porque todo se había sentido tan bien y tan natural. Había caído en la tentación de sus impulsos, como aquella vez en el parque cuando había salido a cabalgar sola. Sin embargo, esta vez era diferente. Él la había besado, y la había llevado a entregarse, y ahora se cuestionaba las consecuencias de aquel acto. ¿No era amor? ¿Qué era? 

El Diario de una CortesanaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant