—Oh —Draco no sabía qué hacer, ¿le lanzaba un hechizo? ¿Lo llevaba a San Mungo para ver si podían curar su estupidez?—. Tal vez, con más razón deberías de ir —¿qué rayos estaba diciendo? En el fondo, deseaba se quedara, ya que durante años nunca fue su principal opción, serlo hoy sería lindo.

—No. Tú eres más importante, el Quidditch solo es un complemento.

Oh.

¿No estaba soñando, verdad?

—¡Mierda! —se quejó Draco—. Hoy solo puedo besarte. Ven aquí.

Fue todo lo que pudieron hacer, besos furtivos, abrazos tiernos y dulces, hasta que pasó la hora del entrenamiento y tuvieron un problema. Lily apareció hecha una fiera, gritándoles que había ido al entrenamiento y...

—Oh —al ver que seguían juntos, en la misma habitación, se quedó callada—. Lo siento, yo... —las mejillas de su hija se pusieron rojas.

Entonces, Draco se maldijo a sí mismo. Ya ni siquiera estaba teniendo sexo con Potter y se comportaba como si se arrastrase detrás de suyo ante cualquier muestra de cariño. No, no creía que la mentira se había transformado en una realidad, pero... sentía que no fingía.

Mierda.

—Potter —dijo cuando su hija se fue—. Esto... lo siento, pero... creo que Lily se está haciendo muchas ilusiones. No es justo para ella.

Potter hizo lo mejor que sabía hacer, besarlo.

—Lo sé. Sé que no es justo para ella, pero tampoco estamos haciendo algo mal si... si...

—¿Si seguimos con el sexo?

—Exacto. Somos adultos. Lily no necesita explicaciones de todo. Ya prometí que al momento en que su luna de miel termine, le diré a todos que fue mi culpa, mi mentira.

Draco lo pensó. Tampoco creía que estuviese haciendo algo precisamente malo, y era cierto que no tenía que reportar el cien por ciento de su vida.

—Y yo te dije que también estaría allí porque estoy siendo cómplice de esto... —Potter sólo asintió.

Era extraño no discutir, como también era extraño que Potter pasará todo el día con él.

La noche antes del partido del equipo de Potter volvieron a tener sexo.

Sí, solo se trataba de sexo.

***

La noche del partido, Draco se encontró con James, Scorpius y Albus en el estadio. Miró a su hijo mayor que le devolvía una mirada llena de curiosidad.

—Estoy bien —le dijo cuando lo abrazó. Sabía lo mucho que James se preocupaba por él—. Tu padre se está comportando —y no estaba mintiendo—. Dale algo de crédito, sabes que nunca me ha gustado que lo juzgues por lo que pasó entre él y yo —James notó su sinceridad, por supuesto. Detrás, Scorpius y Albus intercambiaron una mirada.

—Papá —dijo James, pero dudó y solo volvió a abrazarlo—. Te veo feliz, y eso es lo que importa.

Mierda.

Detrás de los mellizos aparecieron la mayoría de los Weasley, con quien Draco tenía una relación formal y de respeto. Fingió que nada le dolía y se sentó con toda la dignidad por delante en las gradas donde, casualmente, todos estaban organizados.

El partido estaba programado para empezar a las 20 horas, pero en cuanto todos estuvieron en su lugar, el clima hasta entonces cálido se fue a la mierda. De pronto, empezó a llover sin cesar. Junto a sus hijos, a quienes se les sumó Lily y Vincent, se refugiaron en carpas que la Dirección de Deporte Mágico se apresuró a expandir y a hechizar con hechizos de impermeabilidad.

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