Siri Hustvedt| Sobre la lectura. Iv.

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7. Y sin embargo los recuerdos explícitos, aunque borrosos, son sólo una parte de la memoria. También están los recuerdos implícitos, que no pueden evocarse a voluntad pero que son, de todos modos, parte de nuestro conocimiento del mundo. Un ejemplo sencillo es el de la lectura misma, una técnica aprendida que realizo, pero no puedo recordar cómo la realizo. Los rigores del pasado, el esfuerzo de desentrañar las letras y los sonidos de las palabras, han desaparecido como procesos conscientes. Otro ejemplo de recuerdos subliminales es el de buscar un fragmento en particular de un libro. Saco el volumen del estante, muchas veces sin ninguna idea de dónde se encuentra el pasaje entre esos cientos de páginas. Por supuesto, no recuerdo la página, pero una vez que tengo el objeto entre las manos, soy capaz de ir directamente al párrafo que quiero. Es como si mis dedos lo recordasen. Esa es una capacidad propioceptiva. La propiocepción es nuestra capacidad motosensorial para orientarnos en el espacio, nuestra capacidad para movernos entre sillas, esquivar obstáculos, coger una taza y recordar inconscientemente dónde se encuentra el fragmento crucial.

8. Los científicos cognitivos suelen hablar de codificación, almacenamiento У recuperación refiriéndose a la memoria. Esas son metáforas relacionadas con la informática que apenas se aproximan a la experiencia real de recordar y, además, yo diría que la distorsionan. En nuestro cerebro no tenemos ningún almacén donde acumular un material para luego hacer uso de él en su forma original. Los recuerdos no son fotografías ni películas documentales. Cambian con el paso del tiempo, se perciben de un modo activo y creativo y esto también se aplica a los libros que recordamos. Se van borrando con el tiempo y pueden incluso mutar. Otros dejan una huella indeleble. Por supuesto que los libros sólo están hechos de palabras, pero pueden recordarse en imágenes, sentimientos o con otras palabras. Y a veces recordamos sin saber que lo estamos haciendo. Esta idea no es nueva. En Las pasiones del alma (1649), Descartes sostenía que un episodio terrible sucedido durante la infancia podía perdurar dentro del individuo, a pesar de que éste no pudiese recordar el hecho. En su Monadología (1714), Leibniz desarrolló una idea de las percepciones inconscientes o insensibles de las que no tenemos conocimiento, pero que pueden influirnos de todos modos. Durante el siglo XIX y ya entrado el siglo XX, William Carpenter, Pierre Janet, William James y Sigmund Freud investigaron los recuerdos inconscientes, aunque los recuerdos relacionados con la lectura no figuran entre sus reflexiones.

9. Hace poco volví a leer Middlemarch, de George Eliot. Ya la había leído tres veces, pero habían pasado muchos años desde la última vez. No había olvidado el amplio trazo de la novela ni sus personajes, pero no hubiera podido reproducir en detalle ninguno de sus múltiples argumentos. Sin embargo, volver a leer el libro desencadenó una serie de recuerdos específicos de lo que sucedería a continuación en dicho texto. Releer se convirtió en una forma de anticipación de la memoria, de recordar lo que había olvidado, antes de llegar al pasaje en cuestión. Esto sugiere que el reencuentro con algo saca a la luz lo que había sido enterrado. Lo implícito se vuelve explícito. Los científicos cognitivos utilizan una expresión a la que llaman «imprimación por repetición». A los sujetos que participan en el estudio no les dan a leer novelas de ochocientas páginas, sino varias tareas verbales, y mucho más adelante les hacen preguntas acerca de una lista de palabras y de otras cosas que no han visto previamente. Es evidente que, incluso sin ningún conocimiento consciente de su contacto previo con las palabras, los participantes en dichos estudios tienen recuerdos inconscientes y obtienen mejores resultados que si no les hubiesen preparado. Pero ninguna experiencia de lectura, incluso

10. Pero ninguna experiencia de lectura, incluso del mismo texto, es siempre la misma. Descubrí un tono irónico en Middlemarch que no había detectado anteriormente, sin duda gracias a que tengo más años, y eso va acompañado de una acumulación interna de muchos más libros que han alterado mis pensamientos y creado en mí un contexto de lectura más amplio. La obra es la misma, pero yo no. Y esto es decisivo. El lector es el que desata o refrena el libro. Cuando leemos volcamos en el texto nuestras historias, prejuicios, rencores, expectativas y limitaciones. Yo no entendí el humor de Kafka la primera vez que lo leí siendo una adolescente. Tuve que hacerme mayor para reírme con La metamorfosis. La angustia también puede llegar a bloquear el acceso a los libros. La primera vez que intenté leer el Ulises de Joyce tenía dieciocho años y llegué a angustiarme de tal forma por mi ignorancia que no pude avanzar más que unas pocas páginas. Un par de años después me dije para mis adentros que debía relajarme e intentar comprender sólo lo que estuviera a mi alcance y entonces la novela se convirtió en un vívido revoltijo de recuerdos emocionales, sensoriales y visuales que me son muy queridos.

BIBLIA DEL ESCRITOR. Where stories live. Discover now