1. El primer día en la mansión Layton

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Capítulo 1 

El primer día en la mansión Layton


Era un día soleado allí en la ciudad, donde el panorama reflejaba la alegría de todos los habitantes de un pequeño pueblecito de Londres. Bueno, de todos menos de Hanna, que se encontraba mucho más deprimida y cansada que toda la humanidad, lavando una montaña de prendas sucias que sus humildes vecinos le habían encargado a cambio de unas monedas.

Vivía con su hermana pequeña Lucy. Ambas quedaron huérfanas hacía dos años, y desde entonces, Hanna ha sido como una madre para la pequeña. Además, su situación económica siempre fue muy precaria, por lo que han vivido casi en la miseria, comiendo de los centavos que Hanna conseguía limpiando casas o haciendo mandados.

Pero ese día parecía ser diferente. La chica estaba revisando el periódico, la sección de empleos, para ser más exactos, encontrando uno que decía:

«Se solicita chica de servicio de entre 18 y 30 años, con voluntad y dedicación por el trabajo. C/ Las Fuentes nº12. Preguntar por los señores Layton».

Hanna, sin pensarlo dos veces, decidió que iría a preguntar a la mañana siguiente. No tenía muchas esperanzas de ser aceptada, pues a pesar de que la chica siempre ponía todo su empeño, nunca había logrado conseguir un trabajo fijo, en el que sustentara por completo sus necesidades y las de su hermana. Pero de igual forma, iba a probar suerte.

Y así mismo lo hizo. Antes de las siete de la mañana del día siguiente, Hanna ya estaba levantando a su hermana, que dormía profundamente.

—Lucy, despierta... —le susurró Hanna—. Te tienes que preparar para que no se nos haga tarde.

—¿A dónde vamos? —preguntó la pequeña mientras bostezaba—. Tengo mucho sueño...

—¿No te acuerdas? Tengo una entrevista de trabajo. Anda, levántate.

Cuando Hanna terminó de arreglar a la pequeña, se vistió con el traje más formal que tenía, que, sin embargo, se veía bastante usado. Se peinó también con ligereza, y se quedó unos minutos mirándose en el espejo una cicatriz que tenía en el lado izquierdo de su frente, de la cual, por cierto, nunca se avergonzó llevar al descubierto.

Salieron de la humilde casita donde vivían y tomaron un autobús. El recorrido duró casi media hora, por lo que Hanna tuvo que entretener constantemente a la pequeña a base cuentos y juegos de palabras, pues la niña siempre fue bastante inquieta y se impacientaba con facilidad.

El vehículo las dejó bastante cerca de la dirección destinataria, por lo que no tuvieron que caminar mucho hasta encontrar la casa. Al verla, desde fuera de las rejas, ambas se quedaron con la boca abierta.

—¡Pero qué casa tan grande! —dijo Lucy, asombrada.

—Sí, Lucy, yo tampoco me esperaba algo así...

Y es que la casa, sólo desde fuera, ya reflejaba el lujo y la comodidad que poseía esa familia. A través de las rejas, se veía parte del gran jardín de la mansión, porque más que una casa era eso, una gran mansión pintada de color beige, decorada con distintas esculturas y flores exóticas que le daban una imagen pulcra y acogedora.

Pero eso no era nada, todavía quedaba ver la casa por dentro.

Hanna tocó el timbre que había en el muro pegado a las rejas y, al poco tiempo, se abrieron solas sin que nadie viniese. Un poco asustada, y con Lucy de la mano, se dirigió por el camino del jardín a la puerta principal.

Llamó a la puerta y una chica les abrió.

—Buenos días. ¿Qué se les ofrece? —preguntó la chica.

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora