𝟎𝟑. ── Brûleé, capítulo tres.

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Supuso que ninguno de los dos tenía el menor deseo de entablar una conversación que no fuera sobre las deudas pendientes. Jo había intentado ser amigable, y Carmen había metido la pata al ignorarla, incluso se habían mantenido en absoluto silencio durante las últimas tres horas, limpiando manchas de aceite y salsa.

Carmen se sentía atrapado, incapaz de encontrar las palabras adecuadas, temiendo mostrar cualquier signo de vulnerabilidad frente a los ojos de Jolene.

Carmen sabía cómo se habían conocido Jo y Mikey, en aquel invierno en el que él se mudó a Copenhague para vivir en un bote. Sabía que la vida de Jo había sido una pesadilla cuando Mikey la encontró y que había vivido en la casa de Mikey, pasando algunos veranos en la casa de Natalie y su esposo. Jolene A'Dair era, en cierto sentido, parte de su familia, pero Carmen nunca la había visto en persona. Y, había tantas preguntas que quería hacerle, tal vez ella tenía información que nadie más sabía sobre el dolor de su hermano antes de su partida. Pero, ¿cómo se le pregunta algo así a alguien?

No era el tipo de persona que invitaba a tomar un café, ni el tipo que salía a cenar con una joven hermosa que terminaba durmiendo en el mismo lugar que él. Ese era Mikey, no él. Y por eso, no sabía qué hacer con respecto a la pequeña siesta de la pelinegra. Así que simplemente se sentó en la mesa a su lado derecho y se apoyó en la pared, cerrando los ojos por un momento, observando el techo con sus grietas y la pintura blanca descascarada. Debería esperar hasta que la chica despertara por el dolor de cuello o el olor desagradable que emanaba del trapo sucio que sostenía en sus manos. Algo tenía que despertarla, pero no pensaba tocarle el hombro ni decirle que debía irse del restaurante que ambos compartían escrituras.

Ni siquiera reparó en el momento en que el sueño lo atrapó, dejándolo en una posición aún más incómoda. Los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza apoyada en la pared, inclinada ligeramente hacía la derecha, y las piernas extendidas en una pequeña silla de plástico. Su cuerpo, en un estado de inconsciencia, fue consciente del comienzo de la misma pesadilla que lo acosaba cada noche desde su regreso de París.

Está vez, se encontraba en Nueva York, en el rol de Chef de Cuisine* para el mejor maestro culinario de Estados Unidos. Encabezaba la cocina y enfrentaba un estrés incesante, donde los gritos e insultos eran el estribillo que resaltaba en su oído o impactaba directamente en su rostro. Vestía el impecable uniforme blanco, el cabello cuidadosamente peinado para ocultar sus revoltosos rizos. La narrativa se repetía como un mantra: una salsa que no cuajaba, comensales ansiosos con millones en sus tarjetas, una cocina que debía mantenerse en un estado impecable y él, alguien destinado a cometer errores constantemente.

Era ese alguien, el que se convertía en la pesadilla andante de las otras quince personas que trabajaban incansablemente a su lado. Carmen Berzatto era testigo de su propio infierno, una experiencia que lo llevaba a desconectarse, respondiendo con un monótono "Sí, Chef" ante cada insulto que emerja de la boca del Chef Ejecutivo.

Eres una mierda. No tienes talento... Deberías morir.

Carmy, desde que era niño, había normalizado la violencia verbal.

Había sido testigo de su madre gritándole y golpeando a su hermana, de cómo Mikey intervenía entre los golpes para proteger a su hermanita, terminando él mismo con la espalda hecha trizas. Escuchaba a su madre diciéndole a sus hermanos que eran una decepción, basura o que no deberían haber nacido. Luego, su madre lloraba durante horas en un rincón, pedía perdón a su hermana con los ojos llenos de lágrimas y más licor en las venas que sangre. Su hermana la perdonaba, besándola en la sudorosa frente y llamándola "mamá" de nuevo. Para un niño con poca experiencia en el mundo, era una brutalidad, pero para Carmy, era un jueves por la noche después de una cena familiar. No sabía cómo defenderse y solía pensar que después de todos los gritos que soportaba a diario en el trabajo, eran una especie de elogio que llegaba después de casi 14 horas de esfuerzo, donde los clientes se iban satisfechos. Para Carmy, los gritos de su chef eran como los golpes de su madre a Natalie, y los clientes felices, su hermana y madres abrazadas.

Honeypie,       𓎩      Carmen BerzattoWhere stories live. Discover now