Capítulo 10- Pasar el umbral

En başından başla
                                    

También había disfrutado, a su manera, de los breves intervalos entre pieza y pieza, momentos que aprovechó para entablar conversación con los demás invitados. Una conversación que le parecía tan insulsa como siempre, pero que estaba decidida a acostumbrarse. Por su bien, por el bien de todos. 

Había pasado unos minutos muy agradables con lady Karen Cavendish y su hermana, lady Georgiana. Tenía dos nuevas y únicas amigas. 

Todo había transcurrido según lo planeado y dentro de lo aceptable, incluyendo los constantes comentarios de su tía Pauline alabándose a sí misma por su magistral acción de la noche anterior con Su Alteza el Príncipe, y las atenciones que habían seguido ese día.

Hasta que el Marqués de Suffolk, lord Brandon Howard, se acercó a ella como un «fantasma», de forma sigilosa y casi imperceptible. No lo había visto antes, y fue como si la hubiera estado esperando en uno de los rincones del salón de baile de los Bruyn. Su físico era tan impresionante como le pareció la noche anterior. Su rostro era apuesto.

—Lady Colligan, ¿cómo está su tobillo? 

—Lord Howard, fue usted tan amable conmigo ayer al asistirme con mi tobillo que no siento ningún dolor en absoluto. Gracias. 

—Un placer —el hombre de ojos negros e inexpresivos se inclinó con un gesto galante, tomando su mano enguantada y dejando un beso en el dorso de la misma. Cassandra recibió la deferencia, pero pronto notó algo ligero y diminuto en la palma de su mano.

Descubrió una nota secreta entre sus dedos después de que el Marqués de Suffolk la dejara. La sensación de lo inusual la sobrecogió, dejándola con una mezcla de asombro y un atisbo de emoción. Con cautela, desplegó la nota, asegurándose de que las miradas indiscretas de los presentes no recayeran en ella.

Le ruego que me dedique unos minutos de su tiempo en los jardines. Necesito disculparme.

George. 

El descontento de Su Alteza Real hacia ella había quedado manifiesto en diversas ocasiones. La noche anterior, por ejemplo, había sido un verdadero desastre para lady Cassandra Colligan. El príncipe George la había juzgado con severidad, acusándola de haber tramado el baile que compartieron y de haberse lastimado el tobillo a propósito durante la danza solo para ganar unos minutos de su compañía. Era cierto que había mostrado una pizca de humanidad antes de que lord Brandon Howard apareciera, preguntándole si le dolía el tobillo. Acción que la había sorprendido tanto como lo estaba ahora. 

A pesar de su firme determinación de comportarse adecuadamente en su segunda temporada social y de evitar cometer los mismos errores que había cometido durante la primera, como el de salir a cabalgar sola por el parque, sus manos comenzaron a temblar y un sudor frío le recorrió la espalda. Eran sensaciones que ya había experimentado antes durante sus breves encuentros y enfrentamientos con Su Alteza Real el año anterior. La emoción de retarlo, de replicarlo y de ponerlo contra las cuerdas, pasando por alto su estatus social y sus cejas siempre arqueadas, la invadió de nuevo como un torrente placentero. 

El impecable y distinguido príncipe George solicitando el encuentro de una dama soltera a altas horas de la noche en los jardines. Cassandra deseó soltar una risa ante la ironía de que su propósito fuera disculparse, como si no pudiera soportar la idea de haber cometido un error con ella la noche anterior y necesitara corregirlo. La necesidad de mantener su honor y perfección era tan abrumadora que incluso había tropezado con algo tan obvio. O eso, o se creía con el derecho de hacer y deshacer a su antojo con las leyes del decoro. Ah, y esa última posibilidad la indignaba. ¿Cómo era capaz de pedirle, a una señorita respetable, semejante despropósito? 

Con un deleite que solo afloraba en ella cuando se permitía mostrar su auténtica naturaleza, la que era rebelde e impertinente, desgarró la nota en pequeños fragmentos y la dejó sobre una de las bandejas que portaban los lacayos. Estaba decidida a ignorar al mismísimo príncipe de Inglaterra, Coronel del Ejército Británico y Duque de Cambridge, Barón de no sé qué más y tantos otros títulos y distinciones. Y le importaba muy poco que lo que él quisiera fuera disculparse con ella. Porque sabía perfectamente que alguien como el "hombre metálico" lo único que quería era limpiar su imagen, era la obsesión de los hombres con título: su reputación. Incluso si se trataba de cuidarla frente a una simple dama como ella. 

El Diario de una CortesanaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin