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ALFONSO

Llevaba un día de mierda. Bueno, mejor dicho, un año de mierda. Lo único bueno que me había pasado había sido firmar con el equipo de hockey que había soñado durante toda mi vida, los Red Wings de Detroit. Llevaba en el equipo cerca de ocho meses y jamás podría haberme imaginado que encontraría a un grupo tan unido y a la vez tan diverso como este. Eramos muchos los que jugábamos pero, aunque todos nos llevábamos generalmente bien, desde hacía algunos meses, el resto del equipo habían empezado a llamarnos «las seis gemas» a los seis habituales en los partidos: Eros, Jared, Austin, Ben, Christian y yo.

Eros era un italiano que era lo que su propio nombre indicaba, un atractivo sexual de primera clase al que jamás le faltaba una bella mujer alrededor de brazo. Jared, tenía otro tipo de encanto, era tímido y siempre que tenía un momento libre se encerraba en los libros de todo tipo que había siempre en su casillero. Austin y Ben eran graciosos y animaban a todos con sus tonterías incluso cuando perdíamos o no jugábamos bien. Y luego estaba Christian, Chris, que era una de las mejores personas que había conocido en mi vida. Era tan divertido como Austin y Ben, pero no le gustaba llamar la atención como ellos, tenía encanto y era inteligente algo que no solo le beneficiaba en el campo, sino también en las conquistas, y además, tenía un corazón tan puro que no le cabía en el pecho.

Hace tres meses, Emma, mi ex novia, había decidido que ya no me quería más y se había largado de la ciudad para, según ella, «reencontrarse a ella misma» aunque ambos sabíamos que quería decir para «tirarse a su otro ex», un capullo que jugaba con ella de la misma forma que, al parecer, ella quería jugar conmigo. De cualquier manera yo lo pasé realmente mal, sobre todo porque la prensa comenzó a perseguirme el doble como si, al romperme el corazón, me hubiese convertido en carne sabrosa para los paparazzi. Chris fue el primero en saberlo y el primero en abrirme las puertas de su casa sin contemplaciones.

— Estarás mejor acompañado —me había dicho, golpeándome la espalda con cuidado—. De cualquier manera, no te preocupes, estaba planteándome buscar compañero de piso. El apartamento es bastante grande para una persona y casi nunca viene nadie a verme.

— Pero...

— ¿Qué mejor que compartir piso con mi compañero de equipo? Podremos repasar jugadas, ir juntos a los entrenamientos... Será divertido y te recuperarás pronto, ya lo verás.

Y así había sido. Llevábamos compartiendo piso casi dos meses. Íbamos juntos a los entrenamientos y a los partidos, hablábamos hasta tarde de jugadas y tácticas, invitábamos al resto del equipo a fiestas en nuestro salón, entrenábamos juntos y, cuando alguno de los dos ligaba, generalmente, por no decir siempre, era Chris quien lo hacía... Bueno si, yo le ayudaba para que no se quedasen demasiado en el apartamento. Era perfecto.

Pero esa mañana, Emma había decidido aparecer con su sonrisa juguetona y sus curvas contoneándose delante de mi, invitándome a tocarla y poseerla de nuevo. Y, joder, casi había caído. Algo que hacía que me sintiese completamente defraudado conmigo mismo. Se había acercado a mi como si nada hubiese pasado y me había rodeado el cuello con sus frágiles y bronceados brazos, inundándome con su perfume. Se había echado hacia delante, intentando besarme en la comisura de los labios, pero yo había sido más rápido y había puesto mi mejilla. Habíamos, bueno, había estado hablando un par de minutos cuando Chris había aparecido y me había salvado de volver a caer en sus garras.

— ¡Vamos, Poncho! Pensaba que sabías jugar —había exclamado de pronto Chris riéndose, sacándome de mis pensamientos.

Estábamos jugando a las carreras en la Playstation en nuestro salón después de hablar sobre el tema Emma durante horas y, aunque ya me sentía mejor, no existía nada que pudiese mejorar mi día. Estaba a punto de alcanzar a Chris cuando su teléfono sonó. Lo miró con una ceja alzada y descolgó.

IrresistibleWhere stories live. Discover now