Yo, Dan Jansen

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Nací el 17 de junio de 1965 en Wisconsin (EE.UU) y soy Géminis. Como tal me encantan los retos aunque también he de esforzarme mucho para no desanimarme ante los obstáculos. La vida me puso a prueba con un desafío enorme. Por eso, quiero compartir mi historia. Yo era el menor de nueve hijos. Mi madre era enfermera y mi padre teniente detective del departamento de policía. Varios de mis hermanos optaron por emular a nuestros progenitores. Así, tres de las chicas son enfermeras y dos de los chicos son policías y uno bombero. Desde pequeño tuve mucha complicidad con mi queridísima hermana Jane, a pesar de que me sacaba cinco años. Así, Jane sentía pasión por el patinaje. Con tan solo 19 años debutó en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sarajevo (Bosnia y Herzegovina, 1984). Quedó en cuarta posición en los 500 metros. Jane me transmitía a diario su entusiasmo por este deporte. Ella me inició en el patinaje de velocidad. Para mí resultaba liberador experimentar el frenesí de la aceleración competitiva. Sentía que mi poder se acrecentaba mientras el mundo se difuminaba a mi alrededor. En 1988 me convertí en campeón mundial de Sprint. Para los profanos en la materia consiste en competir durante varios días en una carrera de 500 metros y en otra de 1000 metros en mi disciplina, el patinaje de velocidad. Todo iba viento en popa a toda vela. En aquella época sentía que lo tenía todo. Era joven, gozaba de buena reputación y tenía un sinfín de admiradoras y pretendientes.Pero luego llegaron los XV Juegos Olímpicos de Invierno de 1988, celebrados en la región de Calgary, en Alberta (Canadá). Ahí comenzó mi pesadilla. Mi hermana Jane batallaba desde hacía un tiempo contra la leucemia. Nunca olvidaré aquel día de San Valentín de 1988, el día en que participaría en la carrera de 500 metros. Durante las primeras horas se me comunicó que mi hermana Jane se moría de leucemia. Sentí que me derrumbaba. En seguida la llamé y conseguí hablar con ella. Hablaba en un susurro que denotaba ladebilidad que le acechaba. Aquel día le hice una promesa: ─Jane, ganaré el oro por ti ─le dije, embargado por la emoción. Unas horas más tarde me notificaron que Jane había muerto.Por la tarde tuve que competir. Yo era el favorito y todas las expectativas estaban depositadas en mí. El dolor me destrozaba por dentro. A pesar del ímpetu que puse en la carrera sufrí una caída en el primer turno. Cuatro días más tarde participé en el evento de los 1000 metros. Aunque comencé muy veloz volví a caer. Espero que el lector sepa ponerse en mi lugar para identificar cómo me sentí cuando me desplomé ante el público del estadio y ante millones de espectadores de todo el mundo, quebrando sus esperanzas.La frustración me dominó porque me había preparado a fondo para mi momento de gloria. La vida de un deportista de élite exige un esfuerzo continuado: entrenamientos intensivos, una dieta equilibrada y mucha disciplina a todos los niveles. No obstante, aunque me fui sin medalla me condecoraron con el Premio del Espíritu Olímpico de EE.UU por mis esfuerzos en competir pese a la situación de duelo que yo atravesaba. Para mí, la pérdida de Jane supuso un antes y un después tanto en mi vida personal como en mi carrera. Ella me comprendía como nadie y su compañía y su ejemplo constituían un estímulo para mí.A pesar de todo no me rendí. Pensé que había perdido una batalla pero no la guerra. Volví a participar en las competiciones olímpicas de invierno de 1992 en Albertville (Francia). Pero, de nuevo, me fui sin medallas. Los rumores sobre mis fracasos olímpicos se extendían sin tregua. Algunos ya me llamaban el derrotado. Pero yo sabía que estaba en el camino que el destino había forjado para mí, porque me sentía realizado. Notaba que mediante el patinaje yo daba lo mejor de mí mismo a los demás. Además, me sentía muy feliz al fijarme retos deportivos, pese a todos las renuncias y obstáculos exigidos.Así que decidí presentarme por cuarta vez a los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer (Noruega, 1994). Crucé el charco con la mente turbia de preocupaciones. Aquella sería mi última oportunidad para alzarme en el pódium con el oro antes de retirarme. Y llegó, por fin, el momento de la verdad. Por entonces ya me había casado. Mi esposa, Robin, y mi pequeña, de nombre Jane, en honor a mi hermana, se colocaron en las gradas del salón olímpico de Hamar. En la prueba de 500 metros fracasé una vez más.El día que me enfrenté al evento de 1000 metros sentí que algo no iba bien. Notaba que mis patines no se enganchaban bien al hielo. No me sentía fuerte y tampoco mis piernas respondían bien. Temía, además, culminar mi carrera con una derrota final. Un pensamiento se me vino a la mente: ─En un minuto y medio más todo habrá terminado. Tan solo tenía que avanzar sin desfallecer...¡Y, contra todo pronóstico, quedé el primero! Y no solo eso sino que batí el récord al tardar en realizar el trayecto 1.12,43 minuto. Lo primero que sentí fue un alivio inmenso al ver que lo había conseguido. Al subirme en el pódium pensé: ─Va por ti, Jane─. Por eso, animo al lector a cumplir sus sueños. La vida me puso a prueba para medir mi perseverancia. Cuando se anhela una meta la vida imponedesafíos para medir cuán importante es alcanzarla, es decir, si a pesar de los obstáculos se está dispuesto a luchar por el logro. En la actualidad me siento muy feliz y trabajo como comentarista de patinaje de velocidad de la NBC.

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⏰ Terakhir diperbarui: Aug 19, 2023 ⏰

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