Capítulo 7- Una pizca de tristeza

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—Cuando aprovechas cada evento al máximo, suceden estas maravillas —continuó enorgulleciéndose su tía Pauline a su lado—. Los caballeros, los mejores, suelen llegar tarde porque pasan parte de la noche en los clubs y luego solo vienen para recoger a alguna hermana o madre. 

—¿Los mejores? —ironizó Cassandra—. Mamá siempre me dijo que los mejores se presentaban pronto en los salones y se retiraban con la misma presteza para madrugar al día siguiente. 

—Mucho me temo que tu madre estaba demasiado ocupada en otros menesteres como para darte buenos consejos —azotó la tía Pauline con el látigo de sus palabras y Cassandra apretó los dientes—. Querida, no estamos buscando al hombre más responsable de Inglaterra. Solo a un hombre que te dé su título y su apellido. Sin importar en qué ocupe sus noches después de eso. 

Cassandra abrió sus ojos de par en par. ¿Un libertino? Sus pupilas buscaron afanosamente un rastro de desaprobación en los ojos de su tía, pero no hallaron ni la más mínima señal de que su inquietud estuviera vinculada a esa palabra. Por el contrario, su mirada parecía dispuesta a unir su destino con el de cualquier hombre y a cualquier costo, sin importar cuán disoluto pudiera ser o cuánta infelicidad pudiera acarrearle. Por supuesto, un matrimonio así, en caso de ocurrir, no sería ni el primero ni el último en el que el esposo consumía sus noches en los clubes mientras la esposa concebía a sus herederos. Sin embargo, ¿sería cierto que el príncipe George era un libertino?

Cassandra volvió su mirada al centro del salón. 

Lo miró y sus ojos se encontraron. 

De alguna manera, logró que sus piernas la sostuvieran con firmeza durante la reverencia protocolaria mientras él pasaba junto a ella, sin dejar de mirarla de soslayo. Cassandra estaba segura de que el príncipe George formaba juicios poco favorables sobre ella después de lo acontecido en el parque aquel día. Por ello, no le sorprendió que su mirada se posara tan intensamente en ella mientras cruzaba su camino, reviviendo seguramente aquel incidente con amargura, de manera similar a cómo ella misma lo había hecho innumerables veces. A veces, se preguntaba si lo que la impulsaba a revivir ese recuerdo una y otra vez era amargura o más bien una profunda obsesión.

—¡Has llamado su atención! —le gritó su tía Pauline en la oreja en cuanto Su Alteza Real pasó de largo, dejando tras de sí ese inconfundible y único perfume exquisito que Cassandra aspiró con fuerza sin querer. 

—¿Qué? Dudo mucho de que eso sea cierto —negó Cassandra, ocultándole a su tía que, en realidad, el príncipe George la detestaba. No había manera de decir eso sin dar explicaciones que podían llevarla al desastre. 

—¡Te lo aseguro, jovencita! No ha dejado de mirarte desde que ha entrado en este salón. Y solo hay una razón por la que un hombre te miraría así. Debemos aprovecharlo, Cassandra. ¡Oh, por supuesto! ¡Debes acercarte a él como sea! —parloteó su tía, de pie a su lado. A veces, y sin querer ser cruel, Cassandra se preguntaba cómo su tía aguantaba tanto tiempo de pie con su elevado peso corporal torturándole los pies. 

—Mucho me temo que no me encuentro en disposición de complacerla, tía Pauline —negó ella con el corazón en la garganta. Lo último que deseaba era acercarse a ese hombre que la había sermoneado y juzgado con tanta vehemencia en el pasado. 

—Te aseguro, jovencita, que tu disposición me es absolutamente indiferente —sentenció la hermana mayor de su padre, cerrando el abanico con un golpe seco que obligó a Cassandra a cerrar los ojos con fuerza—. La atención de un príncipe de Inglaterra, del mismísimo Duque de Cambridge, sobre ti, atraerá mejores ofertas de matrimonio para ti. Los hombres son competitivos por naturaleza y ansían lo mejor y tú, querida, serás lo mejor en cuanto bailes con el mismísimo príncipe George de Inglaterra. 

El Diario de una CortesanaWhere stories live. Discover now