Era fascinante lo impasible que se mostraba a pesar de estar rodeado por los cuerpos de los hombres que alguna vez fueron sus compañeros y el hombre que lo cobijó en el calor de una buena imitación familiar.

Con la tenue luz del fuego de la chimenea iluminando su cuerpo, Alessandro se dio la vuelta en mi dirección. Tomé una bocana de aire al verlo allí parado, imponente e imperturbable. Las heridas de su rostro y cuerpo seguían allí, frescas, pero eso a él no parecía importarle. Sus ojos verdes seguían oscurecidos, sin embargo, esta vez me observaban intensos sin perder un movimiento de mí.

—¿Cómo te atreves a ponerte frente a un arma y pedirme que te mate? —preguntó tajante, viniendo hacia mí.

Se estrelló contra mi cuerpo y llevó su mano libre hacia mi nuca, sujetándome firmemente mientras apoyaba su frente en la mía. Acercó su cuerpo al mío al punto en el que podía sentir cada músculo de su piel. Prácticamente, nos había convertido en uno solo, y me encantaba esa idea.

Fijó sus ojos abrazadores en los míos a la vez que nuestras respiraciones se mezclaban. Respirar me dolía, me ardía, pero no podía evitar robar un poco de su aire entre cada exhalación. Con necesidad, llevé las manos a su cuerpo. Subí y baje por su pecho, tocándolo, sintiéndolo. Él estaba aquí, conmigo. Era real, éramos reales. No era un maldito sueño, no era una fantasía.

—Estás aquí —susurré lamiéndome los labios secos—. Eres real.

—Estoy aquí, soy real, Alexandra —murmuró acercando sus labios a los míos—. Ahora respóndeme una pregunta: ¿estás loca? —el calor de su toque me robaba el aliento mientras mi mente pedía más de él. Aún no podía asimilar que estaba frente a mí, que yo estaba aquí—. ¿Dar tu vida por la mía? Y una mierda.

Sonreí ante su tono molesto a la vez que sentía cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Alessandro levantó su pulgar y recogió una lágrima rebelde que había escapado de mi ojo. Sus ojos parecía que querían devorar los míos por la intensidad que brillaban en ellos.

—Fuiste tú quien entró y me apuntó —dije tratando bromear.

Su mirada se suavizó cuando me escuchó. Sí, sabía que mi voz había salido ahogada, pero quería fingir que aún me mantenía fuerte.

—Necesitaba que él creyera que lo haría —susurró cerrando los ojos, frotando su frente contra la mía—. Cuando desperté en el hospital y una enfermera me dio un celular, no entendí una mierda, pero cuando Tiesto me dijo que vendrías por él, salté de la cama. Alexandra, nunca tuve tanto miedo en mi vida.

—Te operaron —murmuré llevando las manos a sus mejillas, acariciando su barba incipiente.

—Siento que no puedo respirar —masculló aflojando el agarré en mi nuca para acariciar mi piel.

—Debes volver al hospital.

—Hay muchos hombres allí afuera —avisó mientras empezando a trazar movimientos envolventes en mi piel.

—¿Moriremos aquí? —pregunté llevando las manos a su nuca para estar más cerca de él.

—No —aseguró abriendo los ojos—. ¿Jugarás conmigo? —preguntó dibujando una sonrisa en sus labios lastimados.

—¿Matar gente es un juego para ti?

—A veces —respondió alzando un hombro.

—A veces —repetí esbozando una sonrisa.

Pero entonces su sonrisa se borró, su boca se curvó hacia abajo y su ceño se frunció. Retiró la mano de mi nuca y la atrajo hacia mi rostro. Delineó con su dedo índice cada herida y moretón que tenía esparcidas por mi cara. Desde el corte en la ceja hasta el corte que cruzaba desde mi mentón hasta la mandíbula, su ceño no hizo más que profundizarse más y más.

Hasta el final de nuestras vidas ©Where stories live. Discover now