Capítulo 4- Cassandra

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Necesitaba salir. O, de lo contrario, enloquecería. Se encaminó a su vestidor, despidiéndose de su madre con una vaga excusa y luego pasó de puntillas hacia los establos, donde ensilló un caballo mientras los mozos tomaban un descanso y sus hermanos menores jugaban con la nana. 

Debía dirigirse a algún parque solitario, donde nadie pudiera reconocerla. 

Su Alteza Real, George de Cambridge, se levantó esa mañana muy disgustado consigo mismo

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Su Alteza Real, George de Cambridge, se levantó esa mañana muy disgustado consigo mismo. Lady Cassandra Bristol había sido una constante en su mente durante toda la noche, torturándolo física y mentalmente. Detestaba esa clase de necesidades masculinas tan vulgares y mundanas, pero lo cierto era que estaba demasiado alterado. 

Optó por salir a cabalgar en el parque menos concurrido de Londres, distante de Hyde Park, con el propósito de despejar su mente y serenar su cuerpo. Quizás se viera con la obligación de recurrir a alguna de las mujeres versadas en los asuntos masculinos de los suburbios londinenses si persistía en ese estado. O, en su lugar, considerar contactar a alguna de las cortesanas que solían ser frecuentadas por aquellos de su clase. No obstante, sentía un mayor desdén por las cortesanas que por las prostitutas, ya que estas últimas reconocían su posición, mientras que las primeras se arrogaban algún tipo de derecho a pesar de ser simplemente prostitutas, aunque más costosas y refinadas. Como si la educación pudiera conferir decencia a una mujer. Más bien todo lo contrario. George creía firmemente que la promiscuidad de la mente llevaba a la promiscuidad del cuerpo. Una mujer inteligente y, además, versada en la literatura y los asuntos de los hombres, era un peligro para la humanidad. 

Las mujeres debían coser, cantar, tocar el piano y, en fin, aprender todo tipo de artes para entretener a sus esposos y, dado el caso, a sus invitados. Nada más. 

Tenía el estómago revuelto. Estaba indispuesto después de la desgraciada noche anterior. Y, para más inri, no había podido deshacerse de Archie, quien se hospedaba con él en una de sus mansiones familiares. 

―¡Por Dios! ―exclamó Archie de manera repentina, generando en él un malestar aún más profundo―. Mira este parque, está completamente vacío. Creo que hoy le daré un buen paseo  a mi yegua ―añadió con su típica informalidad característica antes de espolear a su montura y empezar a correr por la llanura. 

Al fin, un poco de paz. George se maravilló con el aire fresco, con el balanceo de las ramas de los árboles y con el trotar suave de su semental. Todo estaba bien, en orden. Ese día daría un discurso en el Palacio de Buckingham. Su prima hermana, Su Majestad la Reina Victoria, quería verlo y tener noticias sobre China, así que debía estar preparado y mentalizado para ese encuentro. Victoria había nacido en el mismo año que él, tenían la misma edad. Pero ella era la Reina de Inglaterra y él solo un príncipe, así que debía mostrarle respeto. 

Agradeció el no tener que llevar escolta. Y cerró los ojos un poco para oír mejor el suave tintineo de la lluvia al caer sobre el camino. 

―¡Pero! ¿Qué? ―Abrió los ojos de golpe al oír los cascos de un caballo galopando a toda prisa hacia él―. ¿Qué es eso? ―se asustó al no ver a su amigo Archie a lomos de su yegua, sino a... ¡una mujer!

El Diario de una CortesanaWhere stories live. Discover now