Capítulo 2

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     Aziraphel rápidamente cerró todas las ventanas de su local, siempre que pasaba algo era lo primero que hacía. Tenía la idea de que así sus problemas no se iban al mundo exterior. Después, comenzó a analizar los síntomas que lo estaban torturando, se sentía empapado de sudor, su cuerpo no le respondía adecuadamente, y los espasmos hacían que no pudiera mantener el equilibrio. Con vergüenza miró abajo a su entrepierna y vio que tenía la erección más grande de su vida. Cerraba los ojos con la cara roja de la pena y notaba como los pantalones le apretaban cada vez más. Posteriormente, con pesadez, comenzó a subir las escaleras, quería encerrarse en su habitación y no saber nada del mundo e incluso de sí mismo. Por cada escalón su respiración se volvía más pesada, provocando el desabrocho de un botón de su chaleco para recuperar el aliento.

      Tragar saliva era una tarea difícil. Como no dejaba de salivar, las gotas caían a su paso. Llegó por fin a su habitación con la ropa desabrochada y sin aire. Se tumbó a la cama mientras sentía que sus prendas lo lastimaban quemándose con su roce. Cuando se quitó el chaleco y la camisa pudo respirar un poco mejor. Su corazón era muy viejo para soportar ese ritmo, esos calores no eran normales en él.

     Luego quitó sus pantalones, estaban bastantes húmedos y su ropa interior era un desastre total. Sus calzones beige con detalles con encaje habían recibido las consecuencias de las embriagadoras feromonas del alfa.

     Se recostó con los brazos y piernas extendidas mirando al techo, necesitaba mantener la calma. Si bien no podía pensar con claridad, un sentimiento de culpa lo hacía sentir miserable. ¿Cómo era posible que todo esto le estuviera pasando? Nunca se había sentido así. No se sentía en su propio cuerpo. Lo único claro que tenía en la mente durante esos momentos era la imagen del taxista, de ese apuesto hombre de cabello rojizo y exquisito rostro que en su fantasía tomaba una copa de vino -como sus feromonas- mientras lo miraba de la forma más sexy posible. Demonios, su entrepierna le dolió más.

      No estaba bien pensar eso. Él era una persona de fe que trató de apegarse toda su vida a las reglas de su moral religiosa. Su iglesia dictaba cosas muy específicas en los roles de cada individuo. Los omegas sólo debían entrar en celo cuando encontraran a su pareja destinada. Expresar sus deseos carnales sin tener una conexión especial como la de una pareja era algo de total pecado. Para Aziraphel sentirse tan atraído por un total desconocido era una desgracia porque le inquietaba profanar la imagen de aquel inocente hombre.

     Otra cosa por la que nunca había tenido confianza es que nadie lo había deseado, siempre se había sentido repudiado por los otros. Quizás sí era tan indeseable que ni siquiera él mismo podía tocarse…

     Esa noche fue difícil para Aziraphel. Tuvo que luchar con su celo y su vergüenza.
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      El chófer, por su parte, decidió que tenía suficiente trabajo por hoy. Esa experiencia fue una de las más caóticas que había experimentado en toda su vida.

     Esa atracción al cliente omega le pareció la cosa más extraña que había experimentado trabajando. De todo el tiempo que llevaba nunca le había ocurrido algo similar. Sí, las feromonas de los omegas lo afectaban, pero esta vez fue diferente ya que la intensidad lo embriagó por completo y afectó todos sus sentidos. Cuando creyó que se iba a librar de aquel evento donde se sintió prisionero de sus instintos, el inesperado beso en su mejilla terminó de dictar su perdición.

     Su mente no podía dejar de pensar en el bello rostro rosado de aquel hombre; de sus anticuados suéteres que, si bien, en otros podrían verse espantosos, en él parecían perfectos; ese rosario de madera, hacía resaltar sus prendas… qué vergüenza. Pensar que la persona con la que estaba fantaseando con probar un poco más de su suave y linda piel era un hombre de fe. ¿Qué pensaría de él si lo supiera? Ya no quería pensar en ello.

Yo Lo Conocí En Un TaxiWhere stories live. Discover now