—Mi nombre es Miguel.

"Me gusta como suena con su voz. Sin duda le queda". Penso la de trenza larga.

—¿Contraseña? —Trago saliva al ver su antebrazo pasar junto a su cabeza.

¿Por qué la insistencia de ese hombre con ayudarla, y sobre todo, de querer poner él mismo la dichosa clave? Algo no cuadraba, y cuando capto que era, no pudo evitar sentir como su espina dorsal de erizo como si fuera un gato.

—Cuando me trajo esa noche y me dejó incluso en mi cuarto, ¿cómo entró si no sabía la contraseña?

Tras aquel suceso, pasaron horas para que Paula dejara de temblar abrazándose a si misma en su hogar. Tenía miedo. Ese sujeto de apariencia peligrosa y demasiado sospechoso había estado en su casa. ¿Qué tanto habría revisado? ¿Robo algo que no había notado aún?

De repente temió que hubiera puesto cámaras escondidas por su hogar. Esa idea solo aumento sus temblores durante la noche, así como también las pesadillas.

Abrazo su almohada, y a pesar del calor que había aquella calurosa noche a mediados de verano, se cubrió con su sabana hasta la cabeza.

No, no pudo dormir, y eso Miguel lo noto en los siguientes días que vió como andaba paranoica por su sala.

Entonces la fémina cerro también las cortinas del gran ventanal y no las volvió a abrir. O'Hara comprendió que se había equivocado en grande. La había regado.

Los días de Paula continuaron con lentitud. Debía volver a la escuela aunque eso le fuera un martirio al tener que ver el rostro todo el santo día de quién le rompió su corazón.

Y, tal como temió, Peter se la pasaba casi persiguiendola por todo el campus, esperando que ella en algún momento dejara de huir sutilmente para poder hablar.

Al final, no pudo hacer más que subir al techo del edificio de su universidad. Ahí en el doceavo piso de la estructura podía sentir que podía respirar.

—No puedo continuar así con lo que queda del año. —Suspiro rendida apoyándose en el barandal del techo que le ofrecía una bella vista de la ciudad—. ¿Acaso esto es mi castigo por amar a un niño?

—Pues sí, lo es.

—¡Ah! —Brinco y se dio la vuelta para toparse con esos ojos rasgados que antes le parecían adorables—. Maldita sea, Pedro. Has ruido o algo. —Se acomodo su flequillo de lado, nerviosa por tenerlo enfrente.

—No, porque si lo hago huyes. —Se acercó a ella cruzando sus brazos—. Creó que es hora de hablar seriamente, Pau.

—¿Seriamente de qué? Ya está todo claro, gracias. —Se volvió a girar y regreso su mirada a la ciudad.

—Vamos a algún café o si quieres a mi casa, aquí estamos muy expuestos. —Le pidió echando un vistazo a su alrededor donde había algunos estudiantes en la cómoda terraza que tenía incluso una pequeña cafetería.

—¿Expuestos? Ah, es cierto. Que a tu linda rubia le gusta el aire libre. Seguro que no quieres que ella nos vea juntos. —Guardo silencio, esperando que él lo negara, pero sus esperanzas se vieron aplastadas ante su nula respuesta, confirmando que era así-. Hablo en serio, Peter. —Trago saliva queriendo deshacer ese horrible nudo en su garganta que se formó en un santiamén—. Ya déjalo así. Esta claro que mis sentimientos te incomodan, y yo no pienso humillarme frente a los demás obligándote a permanecer a mi lado como si nada.

—Pero tú no me obligas nunca. —Protesto acercándose un paso más.

—Claro que sí. El universo así lo quiere al parecer, siempre de alguna forma que no logro explicar, las cosas siempre terminan así. Tú siempre terminas estando donde yo estoy, o viceversa. Eso al final nos junto aunque tú eras muy renuente de querer tratar conmigo al principio. —Sonrio con melancolía—. ¿Recuerdas que fue así que comenzamos a tratar? —Lo miro de reojo; ahora tenía toda su atención—. Tu abuelita nos obligó a socializar en aquella fiesta del edificio en la que mis padres tuvieron que marcharse, pero insistieron que yo me quedara para que no volviera a encerrarme en mi burbuja.

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⏰ Last updated: Mar 27 ⏰

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