3. ¿Le tenés miedo?

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—Veo. Vení, el auto está adentro —le indica con un gesto de la mano, dándose la vuelta.

Kun lo sigue hacia el interior del taller. Hay olor a aceite de motor, está medio oscuro y se ven herramientas colgadas en las paredes, piezas mecánicas por allá y repuestos por acullá. No hay nadie más.

—¿Y los otros? —pregunta.

Lautaro lo mira sobre el hombro.

—¿Seba y el Gordo? Se fueron a comer hace un cacho.

Kun asiente y tose como si tuviera un pedazo de algo en la garganta. No se da cuenta de la ojeada curiosa de Lautaro.

Se acercan al Galaxy, cuyo capó está abierto como si lo hubieran estado revisando hace poco. Lautaro apoya las manos en el borde del auto y antes de que pueda sacar la billetera le empieza a explicar qué hizo con la bujía, cómo estaba, cómo la sacó; le comenta que la rosca medio se jodió y hay que tener cuidado si van a sacar la bujía por alguna razón...

Kun se mantiene a cierta distancia. Siente que el taller es muy chico y la atmósfera lo aprisiona. Mientras Lautaro habla, asiente como si entendiera; pero está pensando todo el tiempo "le doy la plata y me voy, le doy la plata y me voy". Trata de mantener la vista en el motor, lejos de Lautaro, de sus ojos potentes y brillantes, sus labios masculinos, y de cómo la luz artificial del taller traza los músculos de sus brazos cada vez que se mueve.

—¿Entendiste? —escucha de pronto.

—¿Eh? Sí, sí —asiente rápido.

—Bueno, decile a tu viejo, entonces.

Kun se congela. Lo mira, aterrado.

—¿Qué cosa?

Lautaro baja las cejas y su voz suena más grave:

—¿No que habías entendido?

—Eh... ¡Sí, no! Este... O sea, obvio que te entendí, pá —sonríe, se encoje de hombros ladeando la cabeza, se hace el piola—. Pero no entiendo lo que querés que le diga a mi viejo.

—Lo que acabo de decirte. "Todo" eso.

Los ojos del Kun se desvían a un costado como si tratara de recordar.

—Sos medio volado, ¿sabés? —dice Lautaro después de un momento, recorriéndolo con la mirada.

—¡No, no; te escuché! Solo que... 

—¿Sólo que "qué"? 

Alza una ceja, incrédulo. Kun se siente intimidado, abre la boca y se queda en blanco. Entra en pánico.

—¡Mirá, te doy la plata y vos después le explicás a mi viejo lo de la rosca y no sé qué! —exclama, sacando la billetera, que se resbala de sus manos y salta al aire. Lautaro la ataja antes que él, pero estúpidamente se agarran las manos.

Se sueltan en seguida. Kun se pone todo rojo y Lautaro se rasca la frente, lo observa.

Kun saca la suma acordada. Cuando se la da sus ojos conectan por un momento. No le gusta cómo lo mira Lautaro: con curiosidad, como si detectara señales invisibles.

—Gracias —le dice, agitando el fajo.

Kun asiente y le da la espalda.

—Bueno, me voy —murmura. 

No se saludan: uno está pensativo, confundido, y el otro, en pánico.

Cuando Kun se mete en el auto se golpea la cabeza contra el borde, putea por lo bajo y por el rabillo del ojo ve a Lautaro con la vista sobre él. Se quiere matar. Teniendo en cuenta todas las veces que se vieron, debe pensar que es el pibe más pelotudo del mundo. 

La forma en que  contiene la sonrisa mientras lo ve tratando de poner los cambios (y equivocándose) se lo confirma. Cuando al fin engancha reversa, sale marcha atrás y huye como si lo persiguiera la cana. 

Lautaro se queda mirando en esa dirección por unos minutos. Después se rasca la nuca, sonriendo. Niega, y vuelve a su trabajo. A ver si puede hacer algo por ese carburador.






Por la tarde, Kun se la pasa tranquilo y en paz en su casa. Su vieja no está, una de sus hermanas estudia encerrada en su pieza; las otras dos están en lo de la vecina y sus hermanitos jugando afuera.

Kun se prepara un sánguche con lo que encuentra en la heladera, y se sienta en el sofá de la sala a ver Los Simpson, el capítulo que aparece Margo.

Después de un rato, se oye la puerta de la entrada y al escuchar el tintineo de las llaves sabe que es su viejo. Cuando entra en la sala se saludan y se sienta a su lado, con un suspiro de cansancio.

—Me llamó Lautaro hoy.

Kun se tilda un instante y después pregunta, sin despegar la mirada de la tele:

—¿El mecánico?

—Ajá. Te mandó saludos.

Kun frota la parte de atrás del control, que está grasosa. Echa las miguitas de pan que quedaron en sus rodillas al piso.

—¿Ah, sí? —murmura.

—Así que te estuvo explicando lo de la rosca, ¿eh?

Kun se encoge de hombros.

—Sí, me explicó. Pero le dije que te diga a vos después, porque ¿viste? Por ahí a mí se me escapa algo, o me olvido...

—Claro, claro.

Se hace un silencio.

—¿Sabés qué me dijo?

Kun no puede evitar interesarse. Se ven a la cara.

—¿Qué? 

—"Es medio tímido tu hijo, ¿no?". —Kun se ríe, nervioso—. Le dije que sos un cararrota, ¿eh? Se cagó de risa.

La sonrisa de Lautaro viene a su mente y evita la mirada de su viejo, volviéndose hacia la tele, donde Homero intenta pensar en algo feo cuando se cruza con Margo en el ascensor. 

Se supone que no hay nada que esconder. Pero siente miedo de golpe. Miedo de que su viejo vea algo que ni él sabe qué es. Es urgente para una parte de sí explicar esa "timidez": 

—Por ahí...  porque cada vez que me ve quedo como un boludo —dice como si nada, ladeando la cabeza—. Me acuerdo y me da vergüenza, ¿viste? —sonríe. 

Leonel lo observa con una atención inusual mientras habla y, sin contestar, vuelve la vista a la tele. Se quedan los dos en silencio entonces, hasta que Leonel decide romperlo con una pregunta dicha como al azar:

—Che, Kun. ¿Tenés novia vos?

Kun no despega la mirada de la tele.

—No, ¿por?

—Hace rato que no te veo con ninguna. ¿Y la morocha? ¿Cómo se llamaba?

—Rocío. Cortamos, ya te había dicho. Aparte si tuviera novia no la andaría escondiendo, ¿no?

Su viejo tuerce la boca, niega, como diciendo "sí, no sé". Ahí se acaba la conversación. 

En la tele, Homero trata de evitar las preguntas de Lisa después de escucharlo cantando "Oh, Margo, llegaste a mi vida volando..."







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Si está aburrido alguien dígame porque lo devuelvo a borrador y lo arreglo; o subo la versión original que tiene 0 drama 😂

𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐆𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈 𝐕𝐈𝐄𝐉𝐎Where stories live. Discover now