2. De camino al laburo

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—Perdón. ¿Querés? No tengo agua.

Kun se la arrebata sin miramientos, se toma casi la mitad y se la devuelve.

—¿Mejor?

Asiente y el otro le tiende la mano. Él la toma y se pone de pie. Justo escucha un bocinazo y ve a través del vidrio los ojos de su viejo, bien abiertos, clavados en su mano, que el mecánico, en su confusión, tarda demasiado en soltar.

Palma ahí nomás. Se desmaya y ésta vez el mecánico apenas evita que se rompa la cabeza. Lo apoya en el piso y se inclina sobre él, dándole leves cachetadas.

—¡Ey! ¡Ey! ¿Qué onda? ¡Despertáte!

El auto se estaciona ahí en frente y baja Leonel, que trota hacia ellos.

—¿Qué le pasó? —pregunta, casi gritando.

—¡No sé! Se desmayó. ¿Quiere que lo lleve al auto? —se ofrece.

Leonel asiente y se agacha para agarrarlo.

—Entre los dos —dice.

Se ven como un par de secuestradores cuando lo meten en el asiento de atrás. 

—Estaba caminando al sol —comenta Lautaro mientras Leonel acomoda a su hijo.

—¿Ah, sí? Se habrá olvidado de desayunar el boludo —dice mientras trata de que Sergio no quede torcido—. ¿Qué hacían los dos ahí? —pregunta después con un tono raro. 

—Iba a preguntarle por una dirección pero... Bueno, se desmayó.

—¡Ah! Menos mal. —Leonel se yergue entonces y lo encara. —Bueno, gracias ¿eh? —dice con una palmada en su hombro—. Es chiquito pero pesado éste. ¿A dónde ibas? 

—Eh... Iba para la bulonera. La de mi zona está cerrada.

—¿La del Chocho?

—Sí, ésa. 

—Ah. Mirá, justo me queda de paso. Si querés te alcanzo.

Lautaro le agradece, se suben los dos y parten.

—¿Y cómo te llamás vos? —pregunta Leonel por el camino.

—Lautaro.

Asiente.

—Soy Leonel, y éste de atrás es mi hijo, Sergio. Es un boludo, pero buen pibe. ¿Tu familia?

—Mis viejos viven en Campana. Yo me mudé para acá hace poco.

Leonel vuelve a asentir.

—¿Y cómo va lo de la bujía?

—¡Bien, bien! No es tan complicado. Pero la cuestión es sacarla sin dañar la rosca...

La conversación sigue por ese rumbo; Leonel se sorprende de lo mucho que sabe Lautaro sobre mecánica, y viceversa. Leonel le cuenta de piezas mecánicas de antaño, y Lautaro lo pone al día con nuevas tecnologías que están saliendo. Finalmente, se meten tanto en cuestiones de cachibaches que no se dan cuenta que Sergio se despertó hace rato. Pero está callado, escuchándolos. 

Entiende dos de cada diez cosas que dicen; pero se dá cuenta de que dos: una, el tipo es un capo con la mecánica, y otra: a su papá le cae bien.

—...Y, yo trato de enseñarle a mis hijos —lo escucha decir con modestia—. Éste de acá sabe ¿eh? Más o menos. Pero me da miedo dejarlo sólo con los autos. Ya me partió la bujía y... Bueno, ni te cuento las cagadas que se manda. Vos sabés, ¿eh? Cuando te dejé el auto no te confiaba. Te vi muy chico. Pero la verdad, me sorprendiste. —Hace una pausa—. ¿Estudiaste, o algo?

𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐆𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈 𝐕𝐈𝐄𝐉𝐎Where stories live. Discover now