Parte 2

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La noche pasó, aunque ni madre ni hija durmieron lo que los expertos recomiendan para recuperar fuerzas después de una difícil jornada. Así que Ximena y Susana, que ese era el nombre de la joven, compartieron desvelo, cada una en su habitación, sin decir palabra y sin atreverse siquiera a mirar algo en el teléfono, cada una por miedo a perturbar a la otra en su descanso.

Susana esperó a que su madre saliera para ir a trabajar antes de levantarse. Aunque después de un buen rato seguía sin escuchar los acostumbrados ruidos del baño y el desayuno de Ximena, antes de salir para la oficina. Al fin no pudo aguantarse más y tuvo que levantarse para ir al baño. Vio la puerta de la habitación de su madre cerrada y ningún rastro de actividad en la cocina.

Sentada en la cama, por fin tomó el teléfono para revisar las redes sociales, sin mucho interés, solo para distraer su creciente nerviosismo, cuando vio que entraba su madre en el cuarto, sin tocar la puerta y sin decir nada. Susana sintió que había irrumpido en su cuarto una persona extraña, como si fuera una desconocida que no había visto nunca en su vida. Ximena traía el pelo suelto, bien arreglado, tenía un aire a modelo de los años setenta. Susana recordó que su abuela le había dicho que el pelo de su madre caía como hilos de oro sobre el abrigo negro que usaba en su época de estudiante, lo cual siempre le pareció una tontería de anciana demente. Vestía un camisón azul claro, que dejaba ver con sus transparencias la figura de su madre. Quién era esta bella mujer que exhibía discretamente su figura. Susana había visto a su madre siempre con sudaderas y camisetas anchas cuando estaba en casa, además que nunca la había visto en traje de baño. Ella heredó la apariencia descuidada de su madre, además de su timidez. Siempre sintió mucha angustia al usar shorts en la clase de educación física. La joven no se recuperaba del impacto de la visión de aquella extraña figura que resultaba ser su madre, cuando vio que arrimaba una silla que había junto al escritorio para sentarse en ella. Ximena pasó los dedos sobre la cara de su hija y luego agarró suavemente sus manos. Susana notó en su muñeca un brazalete con la forma de una serpiente. Esa joya tampoco la había visto en su vida.

Ximena miró a su hija, que permanecía inmóvil, con las piernas cubiertas por una cobija a verde claro que tenía grabada la figura de un unicornio amarillo. No pudo ocultar cierta repugnancia ante aquella mantita infantil e instintivamente la retiró descubriendo las rodillas de su hija. Unos pequeños raspones de tono ocre en las rodillas y en las espinillas le causaron aún más malestar, así que cubrió de nuevo las aporreadas aunque bellas piernas de su niña.

-¿Pudiste dormir?

-Ayer no fui al colegio por... -Ximena la interrumpió poniendo los dedos sobre sus labios.

-¿Estás viendo a alguien? ¿Tienes novio? ¿Estás embarazada?

Semejante batería de preguntas dejó a Susana pasmada. Sentía un frio intenso en su interior, además de un malestar que la hacía estar cerca del vómito.

-No te asustes. Estoy preocupada por ti. Dime la verdad y ya.

La voz de su madre era tranquila, segura, sin rastro de ira. No solo se veía diferente sino que hablaba y se comportaba como otra persona. Sin embargo, los ojos de la chica se llenaron de lágrimas. En ese momento, su madre la agarró por los hombros, sin hacerle daño, solo para llamarle la atención.

-Responde sí o no. ¿Eres virgen?

-Sí –contestó Susana y se quedó callada.

-Bien. No me importa nada más. Eres una pésima estudiante y no tienes amigos, sin embargo, sé que no eres estúpida. –Ximena esbozó una sonrisa pícara. –¿No me estarás mintiendo?

-No. Yo no...

-¿Por qué los raspones en las rodillas?

-Skate, practico skate.

-¡Patineta! –Ximena se reía con ganas. -Fumas marihuana acaso. –La marihuana no pasa la ropa, por eso no me había dado cuenta. Te juntas con patanes marihuaneros a montar en patineta y por eso no vas al colegio.

-Yo no fumo. Lo juro. Me da asco.

-El asco es genial. El asco es la base de la civilización, pero cuidado, hay que ponerle límites al asco. Es algo que deberás aprender.

"¿Por qué mi madre habla de esta manera?", pensó Susana, que levantó los ojos por primera vez para mirar a la cara a su madre. Buscaba en sus ojos algún signo de delirio o locura, pero solo veía tranquilidad y belleza. En verdad, nunca había notado lo guapa que era su madre.

-Sabes que ayer visité a tu abuela. Supuestamente íbamos a ir hoy a verla. Aparentemente tiene mucho que decirnos. Va a solucionar tus problemas y los míos. Pero no creo que me pueda ayudar en nada. Sé exactamente lo que hay que hacer y sé que tú me vas a ayudar. Si tu abuela te llama, no le cuentes nada. Que sufra.

Susana jamás había oído hablar a su madre con tanta dureza de la abuela. La anciana era una mujer muy seria, diríase que de mal carácter. Mucha gente le tenía miedo, hasta su propia hija, miedo que le había heredado a ella. La súbita rebeldía de su madre la sorprendía, pero hay que decir que no le molestaba. Una pequeñísima satisfacción en aquella misteriosa y lúgubre mañana.

-Mira, Susi, no estoy molesta contigo, solo preocupada. -La voz seguía tranquila, con cada palabra pronunciada con perfecta claridad, como si fuera un discurso aprendido de memoria por una actriz–. Lo que pienso es que hay muchas cosas que debemos cambiar en nuestra vida. Tú y yo vamos a tomar un camino totalmente distinto. Nuestra vida no será igual. No quiero volver a sentir angustia por tu futuro ni por el mío. Ahora mismo ve y toma una ducha. Luego a desayunar.

Ximena se levantó y dejó la habitación. La joven permaneció sin moverse. Sentía que si cambiaba de posición, alguien la golpearía con un látigo. En ese momento oyó un grito imperioso: "a la ducha, ya". Susana no lo dudó ni un segundo y salió al pasillo con dirección al baño, como si en efecto hubiera sentido el chasquido de un látigo junto a sus oídos.

Unos minutos después salió de la ducha, en realidad había aprendido a bañarse como una recluta desde niña. Cuando abrió la puerta, envuelta en una toalla rosada, se encontró con su madre que la esperaba con un café en la mano.

- Vamos a tu cuarto.

Susana obedeció.

- Ahora quítate la toalla. Quiero ver tu cuerpo.

La adolescente cumplió la orden, pero no pudo evitar enrojecer, a la vez que soltó una sonora carcajada.

-Esa risa hay que mejorarla. Pero igual tú te puedes reír, los que te vean son los que tienen que callar.

La madre contempló con cuidado la blanca piel de su hija, con visos rosados, y no pudo evitar sonreír con satisfacción.


Mamá XWhere stories live. Discover now