En defensa de tu amor

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"Adiós, Aemond."

Dos palabras.

Dos palabras pronunciadas por un Lucerys que se había marchado de la Fortaleza Roja con el corazón roto, despidiéndose para siempre de su esposo, el hombre que tanto había amado, pero que al parecer no había podido responder con la misma intensidad aquel sentimiento.

Aún con lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos, Lucerys había partido, deseandole únicamente cosas buenas al rubio, rezándole a las Catorce Llamas para que no le cobraran por las lágrimas que había derramado durante su corto matrimonio. Después de todo, Aemond no había sido cruel con él ni lo había insultado, sino más bien se había asegurado de que los rumores sobre su legitimidad no se esparcieran por la fortaleza. Pero cuando se trataba de su madre, la Reina Alicent, las cosas eran diferentes, siempre lo habían sido y siempre lo serían.

Lucerys sabía que la decisión de comprometer a Aemond con él jamás fue del agrado de la mujer y no había tenido reparos para denigrar al nieto de su esposo e insistir en conseguir otra pareja para su segundo hijo, una que si fuera la adecuada para su vástago. Sin embargo, al final el rey se había impuesto, recordándole a la mujer que su nieto era el futuro Señor de las Mareas, heredero de la Serpiente Marina, mientras que su hijo solo tenía algunas tierras que le habían sido concedidas después de su nacimiento, las mismas que no se comparaban con la vastísima herencia del Príncipe Velaryon.

La reina se había visto obligada a aceptar el compromiso, pero siempre que podía demostraba su fastidio contra Lucerys, sus hermanos y hermanas e incluso sus padres.

Pero Lucerys, que estaba verdaderamente feliz con el compromiso, nunca le había prestado atención a la mujer, sabiendo muy bien cómo era y el poco aprecio que les tenía, sobre todo después de la pérdida del ojo de Aemond. Además, si el rubio le había asegurado que ya no le guardaba rencor por lo de su ojo, Lucerys le creía y por eso soportaba a su futura suegra.

Y así llegó la boda e iniciaron los primeros días de su matrimonio, con él y Aemond pasandolos solos en Rocadragón, estableciendo su rutina como pareja enlazada y disfrutando de su compañía antes de volver a la capital y retomar sus funciones como futuros herederos al Trono de Pecios.

Fue unos meses después de la boda cuando Lucerys recién comenzó a darse cuenta de algunas cosas concernientes a su suegra y a su esposo.

Si bien Aemond aún pasaba muchas de sus horas con él, ya fuera aprendiendo bajo la tutela de Lord Corlys o con los maestres o incluso con el moreno observándolo en el patio de entrenamientos, Lucerys comenzó a notar que las horas que pasaba con su madre iban en aumento y que estas coincidentemente eran las mismas que aquellas en las que la reina compartía tiempo con las otras damas de la corte, fueran casadas o aún sin desposar.

Y no transcurrió mucho tiempo para que Lucerys se diera cuenta de lo que había estado tramando Alicent. Aquellas reuniones eran su forma de tentar a Aemond, presentándole a otras jóvenes casaderas y, según ella, de mejor estirpe que su esposo. Lucerys no había dado mucha atención a los planes de su suegra, pues la verdad había esperado algo como eso de su parte.

Lo que nunca había pensado era que escucharía la plática que habían mantenido Aemond y su madre, la misma que escuchó sin que ambos se dieran cuenta y en donde la reina se había expresado con el lenguaje más soez posible en su contra, al mismo tiempo que mencionaba a una de sus damas, ennumerando sus muchas virtudes. Y lo peor, lo que había roto el frágil corazón de Lucerys, había sido el silencio de Aemond. Un silencio con el que parecía confirmar que opinaba igual que su madre y que todo lo que había pensado que estaban construyendo juntos solo había sido una ilusión de su parte.

Esa misma noche había encarado al rubio exigiéndole una explicación a lo que había escuchado, pero Aemond había desestimado sus palabras y su dolor, afirmando que solo eran palabras sin importancia de parte de su madre. Pero Lucerys no se tranquilizó, aún discutiendo con su esposo por no defenderlo, por siempre preferir a su madre antes que a él.

En defensa de tu amorWhere stories live. Discover now